Leopoldo Panero, el censor tolerante
Según el investigador de la Universidad Complutense de Madrid, Javier Huerta Calvo, los informes de Panero sobresalen por «ser ejercicios de crítica literaria» más que de censura propiamente
El poeta Leopoldo Panero ejerció como censor del régimen franquista entre 1942 y 1945, una tarea en la que procuró anteponer frente a la «cerrazón mental» de algunos de sus camaradas, sobre todo la de los eclesiásticos, una actitud tolerante y un «criterio puramente estético».
Esa es la tesis defendida por el investigador de la Universidad Complutense de Madrid Javier Huerta Calvo, quien en una entrevista con Efe subraya que los informes de Panero sobresalen por «ser ejercicios de crítica literaria» más que de censura propiamente.
Durante dos meses, Huerta -que hoy ha participado en el II Congreso Literario «Escuela de Astorga»- ha revisado parte de esos documentos en el Archivo General de la Administración, en Alcalá de Henares (Madrid), donde todavía no ha encontrado ninguno en el que Panero abogue por la prohibición de un libro.
A su juicio, hay textos que otros compañeros consideran «condenables» y ante los que el escritor asturicense «no dice nada» o los preserva.
Se ha referido, por ejemplo, a «Hijos de la ira», de Dámaso Alonso, cuya publicación íntegra fue avalada por Panero, que se negaba a aceptar que se mutilara el verso «Ah, los puñeteros insectos» por parte de quienes desaprobaban el adjetivo.
Panero expresó esa opinión en una reseña publicada en «La Estafeta Literaria», detalla Huerta, quien lamenta que el expediente de «Hijos de la ira» no se pueda encontrar en el Archivo General de la Administración.
Según apunta, el documento ha desaparecido como muchos otros, que presumiblemente fueron eliminados por censores que todavía vivían en la Transición y a los que «no les convenía que aparecieran sus nombres» en los archivos.
La labor del censor consistía en responder sí o no si el libro iba contra los principios del movimiento nacional y si atacaba los dogmas y la moral católica, y se añadían apreciaciones sobre la calidad literaria del libro y otras observaciones, resume.
Aclara que Panero suele contestar a las dos primeras que no, ya que «nadie se atrevía» a publicar en esa época un libro que las contraviniera, y que las mayores suspicacias las levantaban, «como siempre» -incide-, las cuestiones relativas al sexo.
Huerta destaca además la defensa que Panero hizo de los libros de Valle-Inclán, que fueron suspendidos en 1942 y que él amparó en un «largo informe» en el que aseguraba que no se podía discutir su obra porque, a pesar de que había muerto hacía pocos años, debía ser catalogado ya como «un clásico de las letras» españolas.
Abogó, además, por la publicación en España de «La colmena», de Camilo José Cela, para la que recomendó «algunas correcciones» y de la que debatió vía epistolar con su autor, que también fue censor y que «estaba un poco desesperado», prosigue.
La actividad de Leopoldo Panero como censor, relata Huerta, no le granjeó mayores problemas en un principio, debido a su adaptación a la dictadura, que sí llegaron después de su muerte. «En vida tuvo fama de buena gente, teniendo en cuenta de dónde venía, que era un 'rojo'... Todo eso debió de suponer cierto trauma y polémica con algunos de sus amigos. Pero como él actuó así y todo el mundo sabía cómo era, eso no le procuró problemas», argumenta. Sin embargo, Huerta opina que el juicio de la posteridad ha sido «negativo» y ha influido para que hoy no se le tenga en cuenta como lo que él considera que es, «uno de los grandes poetas de posguerra».
«Se notó en 2009, en su centenario, prácticamente ayuno de acontecimientos. Y ahora veremos qué pasa este año, que se cumple el cincuentenario de su muerte. Pero hay muchísima prevención política en relación con su figura. Hay mucha gente que no quiere hablar de Panero», concluye.