Diario de León

Opinión

No todos son imbéciles

Publicado por
Yolanda Veiga
León

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Erró aquel psiquiatra alemán en su diagnóstico, porque el espectador ha demostrado una fortaleza mental magnífica. Trece ediciones después de Gran Hermano no nos hemos vuelto imbéciles. Si acaso conservamos el mismo grado de tontería que teníamos antes de que la madre de todos los realities viniera a dividir en dos a esta audiencia de juicio rápido. A favor y en contra de Gran Hermano . Conmigo o contra mí. El lunes, GH anotó 3,5 millones con la expulsión de mentira de Sindi. Para ser todos imbéciles parecen demasiados ¿no? Alguno habrá (también entre los que no lo ven), pero la mayoría son gente que se asoma al programa con la misma actitud que uno se engancha a la telenovela de la sobremesa, sin complejos. Claro que luego se puede acabar confundiendo a la mala de la novela, a Victoria Teresa, con Noemí, la villana de esta edición (¿no hay un solo psicólogo en sus cabales que sea capaz de ver que la chica está a punto de enfermar ahí dentro?), y al galán José Fernando con su homónimo Hugo, un chico del Valle de Arán. Ahora incorporemos al elenco a un hombre despechado (los guapos también sufren de cuernos) y a una mujer dividida entre un amor al que no corresponde en la calle y otro no correspondido dentro de la casa (Sindi y Pipi, que no es más que una renovada versión de la primera, pero en plan mujer liberada).

Añadamos unos secundarios: la amiga tatuada de la mala, la amiga neurótica de la buena; la suegra gritona y la suegra discreta, consuegras a su vez; el cura motero, el machito, el resentido (estos dos últimos son el mismo)... La novela se escribe sola. El desenlace lo conoceremos el lunes en una multitudinaria final con la que el programa se va a dar otro baño de audiencia, de esos que tanto disfruta Mercedes Milá, a ratos divertida directora de orquesta y otras veces endiosada diva. A ella le iba a venir el psiquiatra alemán a decirle que tanto ‘edredonning’ nos ha dejado dañada la azotea... Lo echaba Mercedes con cajas destempladas, porque una cosa es reconocer los evidentes excesos de GH y otra tratar de imbécil a cualquiera que lo vea.

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