Diario de León

Juan Carlos Mestre POETA

«La escritura de este libro ha sido estos años mi única posibilidad de existencia»

Dice Juan Carlos Mestre que ‘La bicicleta del panadero’ es el resumen definitivo de la aventura de su vida. «Es probablemente el libro que yo más quiero, el que he construido desde la zona más compleja y problemática de mi existencia». Publicado por la editorial Calambur el pasado 24 de mayo, la obra se presenta hoy en la feria del libro de Madrid.

El poeta villafranquino Juan Carlos Mestre, que hoy presenta en Madrid ‘La bicicleta del panadero’.

El poeta villafranquino Juan Carlos Mestre, que hoy presenta en Madrid ‘La bicicleta del panadero’.

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CRISTINA FANJUL | LEÓN
León

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Dice que este libro lo ha escrito desde la zona más compleja de tu existencia. ¿Aborda temas que ha preferido obviar en otros poemarios?

—No he elegido, la escritura de este libro ha sido durante los últimos años mi única posibilidad de existencia, la construcción de un mundo espiritual enfrentado a la naturaleza de los hechos adversos, la naturaleza enferma de la memoria de la felicidad, la problemática del mal, el desciframiento de los enigmas de la muerte. Mi poesía no tiene un tema exterior al propio poema, cuanto sucede en lo los errores excesivos de este libro está relacionado con otro tipo de visiones, un ver desde el lenguaje, desde el propio saber de la escritura cabalística de raíz sefardita. El vidente y la visión que hablan en La bicicleta del panadero son alteridades de un yo que es otro, un múltiple sujeto en fuga, no en huida, sino en fuga programada hacia el territorio imprevisible de la desobediencia a la costumbre de los significados. Dicho de otra manera, no hay sumisión a lo biográfico, no hay voluntad de conducta retórica, tampoco pretensión de estructura, acaso una sencilla y simple manera de estar en el mundo dándole vueltas a la llave que tras la puerta del lenguaje hace visible lo invisible.

—¿Por qué ‘La bicicleta del panadero’? ¿A qué refiere esta imagen?

—Este año ha muerto mi padre, panadero. De muchacho yo le ayudaba en las tareas del reparto de pan. No teníamos furgoneta, sino una bicicleta, para mí una prolongación mágica del cuerpo, del tiempo, de la necesidad, una analogía con el artefacto primordial de la modernidad, las ruedas metafísica de otras inalcanzables esferas fuera del alcance de la definición. La bicicleta era para nosotros, fuera de toda anécdota, lo forzosamente útil, el vínculo entre el trabajo y el vocabulario de las madrugadas, la posibilidad de llegar hasta donde la gente espera la llegada de un cuidado, el pan, la presencia de una sanación no menos real que real que simbólica, la consolación del hambre. Había una extraña belleza en la metamorfosis de sus funciones, una fidelidad en sus funciones públicas y secretas, una persuasiva iluminación de su pequeño foco ante la noche cuando un desconocido, para decirlo con un verso del poeta Teillier, nos silba en el bosque.

—Está en un momento de creatividad frenético. En noviembre presentaba ‘La visita de Safo’. ¿Está pensando ya en un nuevo trabajo?

No, no es cierto, ni creativo ni frenético, sino más bien inestable e incapaz de llevar a puerto el barco de papel de esta fragilidad que es escribir poesía ante la intemperie moral del mundo. La visita de Safo y otros poemas para despedir a Lenon es en realidad una reescritura, textos de juventud sometidos en algunos y puntuales casos a una mera corrección ortográfica, y otros textos que excluidos en su momento por diversas razones de ese diálogo encontraron hospedaje en ese libro. Ahí está desde mi primer poema, la Elegía en mayo, escrito tras la muerte de Gilberto Ursinos, muy a finales de los años setenta, hasta otros textos inéditos que ofrecieron resistencia a ser incluidos en libros posteriores y que intuí podrían abandonar lo incorpóreo y hacerse presentes en esa ya lejana noche de la escritura de mi juventud. Respecto a la segunda parte de tu pregunta, no, en absoluto, no tengo ni una sola vocal más que anotar en los cuadernillos del ansia. Quiero, eso si me gustaría, volver a dibujar, retornar a las planchas del grabado y a la pintura.

—Con todas las noticias económicas que estamos recib¡endo estos días ¿Hay lugar para la poesía?

—Si hay lugar para la resistencia entonces existe un lugar para la poesía. La poesía es un acto de legitima defensa contra la soberbia obstinación del poder para mentir. El capitalismo avanzado ha alcanzado su último objetivo: adueñarse hasta de las consecuencias de su propio fracaso. Soy de los que sigue pensando que el gran botín de los amos no son las plusvalías, sino la cultura, la educación, lo que hace crítico y radicalmente consciente de su destino a los pueblos. La poesía, lejos de mí está el pensar en su carácter redentor, representa sin embargo un evidente estado de conciencia, una incomodidad ante el lenguaje de los mercaderes y los bandoleros, recordando que las palabras han sido hechas para ayudar a construir la casa de la verdad y no para destruirla. La poesía recuerda qué ha de significar en épocas de penuria la palabra justicia, la palabra piedad, la palabra misericordia. Testigo incómodo, voz sin boca de la dignidad humana.

—¿Hay lírica en los números?

—Nunca me ha interesado la medida, ni la cifra del número que vincula a la lirica con el sistema métrico decimal. Hay poesía en la física cuántica, son el desafío averiguatorio hacia la misma cosa. Hay lírica en la abstracción y la abstracta exactitud de las matemáticas. Hay, creo yo, alta poesía en la lógica del número infinito. Pero el número destinado a la cuantificación de la usura, el número cómplice con la estadística del robo financiero, el número obsceno de la rentabilidad, ese que prestado por el saber se ha convertido en cifras de la herida en mano de los dueños, ese no tiene nada que ver con los inocentes y conmovedores habitantes de la tierra de las ensoñaciones.

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