Juan Pedro Aparicio. escritor
«España sigue sufriendo los mismos problemas que criticaba Jovellanos»
Desde la excesiva burocracia a la fiesta de los toros pasando por la corrupción política o el escaso respeto popular que inspiran las leyes, muchos de los temas que son objeto de polémica en este país ya fueron abordados en su día por Gaspar Melchor de Jovellanos, el gran reformador español que ahora protagoniza la última novela de este escritor leonés.
Un hombre se afana por respirar en un pequeño barco atestado de gente —el Volante — que bordea la costa asturiana en su ruta hacia Galicia, huyendo de la invasión francesa. La tormenta golpea el bergantín y el hombre se siente enfermo, quizá próximo a su final. Es Gaspar Melchor de Jovellanos, ilustre jurista, político, ensayista y escritor, y esa atroz singladura, de la que los historiadores apenas saben nada, sirve de base al autor leonés Juan Pedro Aparicio para componer una audaz novela sobre uno de los reformadores ilustrados más decisivos para la historia de España, El último viaje de Jovellanos , a la que acaba de poner punto final.
—¿Qué simboliza Gaspar Melchor de Jovellanos para la tan convulsa España de los siglos XVIII y XIX?
—Jovellanos, para mí, simboliza el equilibrio, la mesura, la capacidad para escuchar a unos y a otros, tan poco frecuente hoy en día. Tuvo la habilidad de poder ser él mismo sin que le costase demasiado, un punto realmente difícil de alcanzar en aquel tiempo turbulento, pues compañeros suyos acabaron por completo inhabilitados. Tampoco le salió gratis ni fue un ‘triunfador’, recordemos que permaneció en prisión, en Mallorca, durante siete años, pero sí podemos decir que Jovellanos simboliza las tremendas dificultades que existían entonces para que España se configurara como un Estado moderno.
—¿Por qué se decantó por esta figura a la hora de abordar su nueva novela?
—En primer lugar, por mi vinculación asturiana, parte de mi familia tiene en Gijón su origen, y ya sabes que allí todo lo bueno lleva el nombre de Jovellanos... Pero sobre todo por la época, por lo determinante que fue para el devenir posterior del país: de hecho, la España jurídicamente tal y como hoy la conocemos, la España moderna, nace entonces. Lo de antes era el Antiguo Régimen, no había ciudadanos, sino súbditos, y el pueblo tenía unos derechos muy restringidos; básicamente se dedicaba a trabajar para sostener a las otras dos clases, nobleza y clero. Eso desaparece y España, siguiendo los modelos francés, inglés, americano... hace su intento liberalizador. Hoy, cada uno debe considerar cuánto de éxito o de fracaso hubo en aquel intento.
—¿Por qué elige esos últimos momentos en la vida del ilustrado gijonés para dar comienzo a su obra?
—Bueno, aquello debió de ser un tormento. Era un viaje de 16 horas que duró nada menos que ocho días. Iban hombres, mujeres, niños... y con la tormenta el barco no podía ni costear, por miedo a estrellarse contra las rocas, ni continuar, ni volverse a puerto. Es un momento muy duro, y para mí ese barco simboliza las diversas y encontradas fuerzas en pugna que había en la España de la época.
—Se ha especulado mucho sobre hacia dónde se dirigiría después Jovellanos, quizá hacia su admirada Inglaterra...
—En la novela aparece un personaje, que ubico en el momento actual, y que reflexiona sobre el destino del protagonista, esto es, lo que podría haber encontrado en la mansión de Lord Holland, un aristócrata inglés a quien habría que considerar el primer hispanista de la historia y cuya mansión sirvió de cobijo a muchos ilustrados españoles exiliados (él mismo se calificaba de españolado ). Precisamente cuando fui director del Instituto Cervantes de Londres mi casa estaba al lado del Holland Park, llamado así en su honor.
—¿Y el proceso de documentación?
—Llevo diez años pensando y preparando esta novela, con diferentes ritmos e intensidades, claro, y la verdad es que podría impartir un máster sobre Jovellanos. Estamos ante uno de los personajes más biografiados de la Historia de España, con al menos diez biógrafos, empezando por su amigo Ceán Bermúdez, y terminando por Javier Varela sin olvidar a Víctor de la Serna. Pero ninguno aporta más de cinco líneas sobre su último viaje. Es un misterio. Y es ahí, donde el historiador se ve impotente, cuando entra en juego la imaginación del novelista.
—¿Introduce en la novela algún guiño leonés?
—Sí, el personaje de Ramona, mujer leonesa a quien muestra una gran inclinación en sus escritos. Pero lo uso siempre con total libertad de novelista.
—¿Qué sistema político imaginaba nuestro hombre como idóneo para España?
—Su modelo era el inglés. Y de hecho encontraba paralelismos entre Inglaterra y España en cuanto a la búsqueda en estos países de sistemas políticos respetuosos con su tradición histórica (no olvidemos en este punto al Reino de León como cuna del parlamentarismo). Así que no es justo calificarle de afrancesado. Tiene más apego a la cultura inglesa que a la francesa, conociendo ambas, y es partidario de un tipo de constitución de tipo inglés, breve y practicable, de grandes principios que hay que cumplir —es el modelo que quería para La Pepa —, y no francés, de abundantes títulos y declaraciones. Sea como fuere, Jovellanos es una figura excepcional. Por ejemplo, fue el introductor en España de La riqueza de las naciones , de Adam Smith, obra que inaugura todo el sistema económico del mundo moderno...
—¿Cómo sería la España actual de haber triunfado en mayor medida las ideas y proyectos de Jovellanos?
—Sin duda, una España mucho mejor que ésta. Como decía antes, él creía más en la línea anglosajona, pues diagnosticó un problema que sigue sufriendo este país: el respeto por la ley. Para los anglosajones es la norma suprema y conculcarla es atroz, singulariza a quien la infringe de tal modo que no puede vivir con normalidad. Aquí eso es más laxo, no pasa nada o casi nada... Pero es que muchos de los problemas que describe, critica o aborda Jovellanos siguen siendo polémicos para la España de hoy. Por ejemplo, los toros, era ferviente antitaurino; pero también el hecho de que en este país siempre haya costado tanto montar sociedades y empresas. El clamaba por «quitar estorbos» a los emprendedores. Por eso digo que, en algunas cosas, seguimos como en el antiguo régimen.
—Después de leer y escribir tanto sobre él, ¿cómo era, en el cara a cara, Jovellanos?
—Era un hombre con una gran presencia de ánimo, muy firme y tenaz, y con una inmensa capacidad de trabajo. Se quejaba mucho de lo mal que había sido tratado, y le afectaban los rumores que corrieron tras las Cortes de Cádiz acusando a algunos diputados de ladrones. Le preocupaba enormemente la posteridad, la valoración de su nombre —era «lo único que tenía», el nombre—, y pocos españoles han sabido defenderlo tanto como él. Fue un modelo ético de comportamiento y así lo ha reconocido la Historia.