«Los curas que aparecen en el libro son perfectamente reconocibles»
La última de las obras que componen La cabeza es llamas es Vidas de insecto , donde desembocan buena parte de los primeros recuerdos escolares del escritor lacianiego. «Se trata de unas memorias surrealistas, estrambóticas, disparatatas, de un humor desaforado», dice, ambientadas en un ceñudo colegio de curas, por familiar nombre el ‘Santocilde’. Es «un repaso de lo que me supuso aquellas etapas de vida escolar, y creo que, al menos, hará sonreír a muchos en los que, como sucedió en mi caso, quedó profunda huella de su paso por aquellos centros». También advierte Luis Mateo Díez que los curas que aparecen en la novela «son perfectamente reconocibles» y recupera para el texto un antiguo e inquietante himno que comenzaba así: «Animosos colegiales/ van por rutas celestiales».
Repite el académico leonés que sus lectores «me han dado tanto, me han hecho tantos regalos, que éste es el regalo que yo les hago a ellos, por haberme acompañado desde el principio». Además, añade que la obra se completa con un epílogo, una especie de «pequeño ensayo declarativo», en el que el autor leonés deja bien claro el punto literario en el que se encuentra en este momento y cuál es su apuesta creativa, intentando responder a tres preguntas clave: «¿Por qué escribo?, ¿por qué escribo tanto? y ¿por qué seguiré escribiendo?». Y es que Mateo Díez no se plantea una «ruptura radical» con lo que ha venido haciendo, pero sí quiere ahondar en la línea tragicómica, tender hacia la veta más humorística de la existencia.