Andrés Trapiello. escritor
«Me he pasado la vida pensando en escribir esta novela de la Guerra»
Lleva toda la vida fraguando ‘Ayer no más’, que se publica el 3 de octubre. Un gran libro que persigue la difícil misión de conciliar la historia de la Guerra Civil. El leonés Andrés Trapiello ha construido una novela coral en la que late la confrontación entre un profesor, especialista en la contienda, y su padre, un combatiende que ha participado en un asesinato, cuyo descubrimiento obligará al hijo a tomar una gran decisión. Trapiello se ha arriesgado a situar los hechos en su tierra...
—¿De qué va ‘Ayer no más’?
—La novela sucede en León, en el año 2006-07. Es la primera vez que escribo una novela localizada en León. Transcurre en la actualidad, pero tiene un componente histórico. Un niño de nueve años presencia el asesinato a sangre fría de su padre en los primeros días de la guerra. Setenta años después y de forma fortuita reconoce en Santo Domingo a uno de los que participó en aquel desmán, un empresario conocido que se niega a confesar dónde enterraron el cuerpo de la víctima. Testigo de ese encuentro entre víctima y victimario es el hijo de éste, un profesor y miembro de una agrupación de la memoria histórica, que ha vuelto a León como profesor y especialista en Guerra Civil después de cuarenta años, y que se debate entre su deber como historiador y la lealtad hacia su padre. La relación entre padre e hijo resultará imposible.
—¿Hay tantas novelas de la Guerra Civil porque a los escritores les ha tocado contar lo que no han dicho los historiadores?
—En cierto modo la novela aborda esto, la problemática relación entre los hechos y la ficción. El trabajo de los historiadores es importante. Uno de los personajes principales de la novela es un historiador. Pero comprende que acaso algunos hechos sólo logran tener sentido si se les presenta ficcionados, porque la novela es, al contrario de lo que sucede en la vida, el lugar donde todo tiene sentido. La complejidad de escribir de la Guerra Civil se acentúa por el número de libros que contamos sobre ella. Es la tercera guerra más historiada, tras la II Guerra Mundial y la de la Independencia de Estados Unidos. Sabemos muchas cosas de la guerra, desde luego, pero muchas nos han sido relatadas de una manera sesgada, interesada, presentándonos como historia lo que en muchos casos no es sino una ficción común más o menos hermoseada o deformada, es decir, mitificada, según quién relate los hechos.
—No hay una única historia...
—Debería haberla. Al menos una historia de mínimos, como si dijéramos. El Holocausto, por ejemplo. En algunos países se persigue incluso por ley quien lo niegue. La Guerra Civil no debería ser diferente, en estos mínimos: Hubo una rebelión militar contra un gobierno legítimo y democrático. Punto. Este gobierno representaba los principios de la Ilustración, los rebeldes se pusieron en armas para acabar con esos principios. Estos son los mínimos que deberían aceptar derechas e izquierdas. Lo que complica enormemente las cosas es que una gran parte de los que se supone tenían que defender en el bando republicano los principios ilustrados, eran totalitarios, antidemócratas y asesinos, y muchos de los que se pusieron abiertamente a favor de los fascistas no lo eran en absoluto, sino demócratas y liberales. En mi libro Las armas y las letras hay abundantes ejemplos de unos y de otros.
—¿La historia de la novela está basada en hechos y en personajes reales?
—Los que se refieren a crímenes, fosas, torturas, cárceles y demás son reales en su totalidad, y en la mayor parte de los casos recogidos por mí directamente de las víctimas o de los victimarios o por personas muy allegadas a estos, en León y en otros lugares.
—La portada del libro es un niño con visera y pantalón corto sentado en una escalera junto a su padre, al que no se le ve el rostro... ¿Es usted ese niño?
—La cubierta me gusta mucho. La identidad del niño la dejaré en la ambigüedad. La novela, en la que todos los personajes hablan en primera persona, empieza en la cubierta.
—¿Cuándo llega a las librerías?
—El 3 de octubre.
—¿Es una novela coral?
—Sí, todo el mundo cuenta su versión de los mismos hechos. El lector sabe todo lo que les pasa a todos los personajes y tiene todos los hilos. Digamos que el lector será un lector omnisciente, en la medida en que sólo él conocerá hechos que ni siquiera conocen o sobre los que están equivocados muchos de los personajes.
—¿Cuánto hay de autobiografía?
—La novela se acoge al estatuto de la ficción. Es sólo eso, una novela,; y por lo mismo, cualquiera podría ser alguno de esos personajes.
—Los escenarios también son reales...
—La mayor parte aparece con su nombre: León ciudad, las calles de León y La Fonfría, donde tuvo lugar el asesinato, Carrocera, La Magdalena, La Pola de Gordón. Sólo el pueblo de la víctima, Robledo, y el de su victimario, Cerralba, son figurados, trasunto de pueblos reales, desde luego. Con todo he querido escribir una novela que se pueda leer no sólo en España, donde estamos más o menos familiarizados con la guerra, sino en cualquier lugar, porque el nudo dramático es por un lado nuestra relación con la memoria histórica y, por otro, con el presente, entre un padre y un hijo, conflicto siempre universal.
—¿Al elegir personajes antagonistas, de los dos bandos, intentaba una reconciliación?
—La reconciliación nos incumbe a todos, y pasa, paradójicamente, por la memoria, pero también por el olvido. No es posible una paz razonable sin olvidar. Equilibrio inestable, desde luego. Hace años, en un momento en el que había mucha crispación, se publicó Las armas y las letras, donde se contaba cómo los escritores que ganaron la guerra, como Leopoldo Panero, habían perdido los manuales de literatura, habían sido expulsados de ellos. A muchos de los que la perdieron, en cambio, parecían habérseles franqueado las puertas de esos manuales sólo por el hecho de haberla perdido. Las armas y las letras trataba de encontrar para la literatura un lugar propio donde pudieran existir las obras mejores de los dos bandos. No es su finalidad, pero me alegraría que esta novela contribuyera a ponernos de acuerdo en lo que sucedió, al menos en esos mínimos a los que aludía antes. Esto que parece tan sencillo, no lo es. Hay que evitar tanto las victimizaciones retóricas y los resentimientos, y eso pasa por conocer también la historia del otro. Y desde luego que no hablamos de equidistancias, sino de un atreverse a saber la verdad. Nada más.
—¿Cómo cree que sentará su libro?
—Aspiro a que se lea como una novela de conciliación más que de confrontación. Estoy intrigado por ver cómo va a reaccionar la ciudad de León. León es, como usted sabe muy bien, un lugar especial, al menos para los leoneses: lo mismo le pueden hacer a uno hijo adoptivo que hijo pródigo. ¿Cómo se recibirá esta novela allí? Un misterio.
—Parece que esta novela lleva fraguándola años...
—Sí, podría decir que me he pasado la vida pensando en ella. Durante treinta años he leído cientos de libros sobre la Guerra Civil, ensayos, memorias, relatos, historia. Estoy contento de haberla escrito tan tarde, casi a los sesenta. Ahora, no sé a quién le puede interesar. Quién sabe. La Guerra Civil no le interesa ya más que a unos pocos. Quiero decir que en España hay cada vez menos gente dispuesta a que alguien le diga nada nuevo de la Guerra Civil, porque aquí la mayor parte cree saber de la guerra ya todo lo que hay que saber, y que nadie va a hacerle cambiar de opinión.
—¿Nos falta un ‘Guerra y paz’ de la Guerra Civil española?
—No sé si sería posible, ojalá. Tolstoi aúna los sentimientos del pueblo ruso contra el invasor francés, mientras que aquí poner de acuerdo a todo el mundo es muy difícil. A diferencia de la guerra contra Napoleón, esta fue una guerra civil. Ayer vi en la tele la película Hemingway & Gellhorn, un bodrio incalificable desde un punto de vista histórico, lleno de lugares comunes y baratos sobre la Guerra Civil española. Supongo que son los que mejor se venden.
—¿Tras esta novela ha quedado exhausto?
—La he corregido mucho, es cierto, diez o quince veces. Me preocupaba que hubiera errores, porque es una materia sensible la que trata. Todo el mundo tiene una idea sobre la Guerra Civil, como acabo de decir. La gente está cansada de la Guerra Civil hasta que sacas el tema. Por eso había que ser cuidadoso.
—Lo de corregir parece una manía común a los escritores de León...
—Iba a decirle que, según en quién, se nota poco, pero León es especial, repito, y me expongo a que censuren este sentido del humor mío. No sabía que los leoneses corrigieran tanto. Si es así, me alegro. Estoy ahora con el tomo 18 de los diarios. En otros anteriores eran unas 800 páginas que corregía cuatro o cinco veces, 3.000 o 4.000 páginas, como quien dice. Es extenuante a veces, pero la experiencia nos dice que en arte el esfuerzo no tiene ningún valor, quiero decir, que el valor del esfuerzo se le supone al artista, al escritor.
—’Ayer no más’ es también la historia de una confrontación generacional entre un padre y un hijo.
—La novela son las dos cosas. Un padre y un hijo que están en desacuerdo no sólo sobre la Guerra Civil, sino en todo. El hijo es especialista en la Guerra Civil, pero el padre niega el valor de los estudios de este por el solo hecho de no haber participado en ella. El conflicto surge cuando el hijo ve que su padre participó en un asesinato y el hijo de la víctima le exige responsabilidades. Este profesor que es un hombre progresista se debate entre denunciar o no a su padre. Ése es el nudo dramático de la novela.
—¿Cómo se maneja una novela con tantos personajes?
—Te llevan ellos. Se escribe sola. El lector encontrará gratificante que participa en la trama. Los personajes se mienten unos a otros, pero el lector lo sabe todo y querrá acaso intervenir él en sus discusiones.
—¿Ha sido difícil encontrar el tono a una novela tan complicada?
—Se lee muy fácil. Es una novela dialogada. Esto me ha permitido trabajar a cada personaje con su estilo propio de lengua. Desde un punto de vista literario es bastante gratificante, cada cual dueño de sus propias palabras, con sus modismos, sus latiguillos, sus peculiaridades.