Diario de León

Los nuevos maestros del crimen

Barreiro, Noriega, Cristina Fallarás y Willy Uribe toman el testigo de Vázquez Montalbán.

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antonio paniagua | madrid
León

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Son los herederos de Vázquez Montalbán, Andreu Martín y Juan Madrid. Los nuevos cultivadores de la novela negra, al igual que sus maestros, aspiran a retratar la realidad social de su entorno, sin menoscabo de la trama detectivesca. En una etapa de tanta incertidumbre y desazón, la literatura criminal goza de buena salud. Los miembros de la nueva hornada de escritores de este género escapan a los encasillamientos y muestran una rica variedad de registros narrativos. Perros de presa, de David Barreiro, y La variable humana, de Rodrigo Martín Noriega, ambas publicadas por Gadir, son exponentes de las posibilidades que brinda apartarse de los caminos trillados del género y, al mismo tiempo, seguir la tradición de los grandes maestros. ‘Perros de presa’ es la novela del antihéroe, un relato que tiene como protagonistas a personajes rotos por la vida o simplemente olvidados.

Pese a que Marta Sanz tiene mucho más registros que el de la prosa criminal, la escritora madrileña tiene dos novelas negras en su haber, Black, black, black y Un buen detective no se casa jamás, con las que ha insuflado nueva vida al género. Su logro es el haber creado uno de los más originales y singulares detectives de la novela española: Arturo Zarco, un sabueso homosexual cuyas dotes indagatorias se ven mermadas por sus tribulaciones amorosas. Marta Sanz demuestra con dos libros que la novela negra no está reñida con una excelente prosa y una inquietud social que recuerda al mejor Vázquez Montalbán.

Si la novela negra de viejo cuño hurgaba en los conflictos sociales, a veces para exponer con toda su crudeza la lucha de clases, la apuesta de Cristina Fallarás consiste en exponer la rabia de los que no tienen nada. Fallarás, primera mujer que ha ganado el premio Dashiell Hammett a la mejor novela negra en castellano por su obra Las niñas perdidas, ofrece una visión sórdida y tenebrosa de Barcelona, donde conviven la pedofilia, la pornografía y la drogadicción

Sociedad violenta

Tampoco ahorran dureza las historias de Willy Uribe, en cuyos relatos es difícil dilucidar quiénes son los buenos y quiénes los malos. Autor de Sé que mi padre decía y Los que hemos amado, Uribe habla en sus obras de una sociedad acostumbrada a vivir con la violencia. El amor por el surf y el hachís forman parte de la trama de Los que hemos amado, una novela en que dos chicos de Getxo y muy distinta extracción social deciden viajar a Marruecos. Antes de emprender esa aventura acontecen muertes misteriosas: una muchacha se arroja al mar desde lo alto de un acantilado y un hombre desesperado se deja arrollar por el tren.

Gregorio Casamayor se adentra en el mundo de la violencia y los abusos que acontecen dentro de la familia en La vida y las muertes de Ethel Jurado. No es un advenedizo. Ya demostró que es un narrador de fuste con la Sopa de Dios. Este novelista sabe mantener en vilo al lector con una escritura subyugante.

De sobra conocido es Domingo Villar, escritor de Ojos de agua y La playa de los ahogados, cuyo personaje principal es el inspector Leo Caldas, prototipo de gallego y hombre de respuestas elusivas. Muy gallegos también son los escenarios, la gastronomía y los oficios que pueblan sus novelas. Escritor que se traduce a sí mismo del gallego al castellano mientras va gestando su obra, tiene por modelo a Vázquez Montalbán, por su empeño en contar la realidad de su entorno. Al igual que su detective, Leo Caldas es hijo de bodeguero y se pirra por los percebes y los berberechos.

Ciudad de atentados

Jorge Navarro narra las vicisitudes políticas de la Barcelona finisecular en Las cinco muertes del barón airado. Después del atentado del Liceo, la ciudad vive sumida en la inseguridad y los atentados anarquistas.

El barón Castellfullit, una de las personas más influyentes de la capital catalana, decide viajar a Madrid con el fin de informar de la convulsa situación y buscar apoyos para un golpe de estado que restablezca el orden. El barón es tan detestable que hasta su hijo querría verle muerto.

No en vano, durante un ataque en su castillo de Castelldefels perecerán cuatro personas. Y una quinta, completamente inocente, es ajusticiada en medio de un gran revuelo social.

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