José Tomás entra en la leyenda
El matador sale a hombros de la plaza de Nîmes en medio del delirio de una afición que la . llenó y después de haber cortado once orejas y un rabo y de haber indultado al noble cuarto.
Con un lleno de «no hay billetes» con la reventa por las nubes, el torero español lidió en corrida matutina seis toros de seis ganaderías distintas.
De Victoriano del Río, gordo y bien hecho, noble, pero de recorrido algo corto; de Jandilla, encastado, algo complicado pero agradecido; de El Pilar, alto, largo, encastado y noble por el derecho; de Parladé, bonito, muy doble, indultado a pesar de no haberlo visto en el caballo, donde fue al relance y sin ponerlo en suerte; de Garcigrande, bajo de casta; y de Toros de Cortés, descastado y parado. José Tomás, de pizarra y oro, cosechó, sucesivamente, dos orejas; dos orejas; dos orejas; dos orejas y rabo simbólicos en el de indulto; dos orejas, y una oreja. Salió a hombros por la Puerta de los Cónsules en medio de un delirio indescriptible. En casi todos los toros dejo quites variados y marcados del sello de su aguante.
Si hay que ponerle un pero a este festejo ya calificado de histórico, será que, de los seis muy bonitos toros, los tres últimos carecieron algo de trapío, y que ninguno se pudo lucir en varas. En la historia del anfiteatro de Nîmes, que es a la tauromaquia lo que la Fenice o la Scala al arte lírico, habrá pues un antes y un después de la encerrona de José Tomás, no solo por la estadística —once orejas y un rabo simbólico con indulto incluido en seis toros—, que, por si sola dice mucho, sino sobre todo por la manera de conseguir cada uno de estos trofeos.
Hubo triunfalismo, por supuesto, y la cosa empezó con una ola digna de la final del Mundial, antes incluso de que empezara el paseíllo. Pero este triunfalismo fue lo de menos en una matinal en la que prevaleció el toreo clásico, hondo y ligado, que tanto se añora a lo largo de muchas tardes, donde el toreo posmoderno se ha convertido en una noria sin fin durante la cual desaparecen las reglas más clásicas del toreo.
Lo que hizo José Tomás en Nîmes fue, al contrario, enseñar otra vez la verdad del toreo a base de muletazos que tenían un principio y un final, eso sí, ligados en los terrenos adecuados, sin abusar del toro recortando en demasía las distancias. El toreo de siempre, con mucha naturalidad, y el valor a prueba de bomba que se le conoce desde siempre y que no han mermado las horribles cornadas que ha padecido a lo largo de su carrera. Como bien dijo alguien: ahí está la Puerta de Alcalá, y el que quiera que la edifique. De los seis toros escogidos con mimo para la efeméride, decepcionaron el de Toros de Cortés, lidiado en último lugar, y el de Garcigrande, en quinto: el primero de ellos, por rajado, y el otro, por falta de raza y movilidad.
No le importó mucho a José Tomás, que en ambos casos demostró su gran capacidad actual, estando muy por encima de ambos, cortando además las dos orejas del quinto, al que mató, como toda la mañana, de un espadazo fulminante. Por supuesto, esto de matar pronto de forma ortodoxa, sin usar algunas de las trampillas al uso desde hace unos años, influyó en el resultado numérico de la matinal. Pero lo más importante fue lo otro: un toreo solemne que ya no se ve en los ruedos, un empaque majestuoso basado en mucha verticalidad y aguante, y, sobre todo, una capacidad tremenda para templar con mucha verdad.
En Nîmes, 14.000 almas salieron de la plaza soñando con el toreo de verdad, y echando de menos probablemente que esto no se repita treinta veces al año y en cosos de mayor relieve: Sevilla, Madrid, Bilbao... Si tal fuera el caso, la Fiesta se desempolvaría probablemente de muchas de las imperfecciones que poco a poco se van considerando como norma.