Diario de León

Los años convulsos y los años cruciales

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El siglo de Crémer despierta en Burgos y en la ciudad del Cid transcurren sus diez primeros años. Allí tuvo su primera relación con la prensa, vendiendo periódicos en el «tubo de frío» del Arco de Santa María. El año de su marcha, espoleado por las huelgas ferroviarias, descubre la ciudad un joven Federico García Lorca, fascinado por «esta hermosura de clima, esta hermosura de ciudad y esta hermosura de paseos». Y años más tarde será el futuro presidente Manuel Azaña quien quede deslumbrado por su colección de monasterios.

La llegada de Crémer a León coincide con la efervescencia de las huelgas mineras y ferroviarias en las que prende el semillero de la utopía. De ahí surgen los anarquistas Ángel Pestaña, Buenaventura Durruti y Diego Abad de Santillán, tan estrechamente vinculados a sus primeros pasos. Enseguida despierta el poeta, que publica su primer libro en comandita con Francisco Pérez Herrero, un amigo de toda la vida. Juntos se relacionan con Francisco Machado, el hermano de los poetas que dirige la cárcel de Puerta Castillo, y sostienen el pedestal de los sueños, al que se suman varios líricos de interés (como el modernista Félix Cuquerella o el futuro Premio nacional Basilio Fernández) y unos cuantos bohemios. Pero también recibe el deslumbramiento de las letras tutelares, aquellas que cultivan escritores de respeto, como Concha Espina, Valle-Inclán (casado con Josefina, la tía del poeta Benito Blanco), el declinante Valbuena, Díaz-Caneja o los domésticos Goy, Rubyn de la Calzada, Aragón, Eugenio Merino, López Peláez y Monar, que tocan la veta costumbrista.

Entonces pasan inadvertidos personajes como el arquitecto de Ardoncino Roberto Fernández Balbuena, que en su exilio mejicano será íntimo compinche del novelista y fotógrafo Juan Rulfo, o el malogrado novelista bañezano Menas Alonso. Tampoco se hacen notar los músicos Evaristo Fernández Blanco, Rogelio del Villar o Pedro Blanco y los pintores Monteserín, Javier Sanz o Beberide, que décadas más tarde tendrán su retorno.

Época decisiva

Entre 1931 y 1952, transcurre una época decisiva en la vida y en la obra de Crémer. Su conexión con las personalidades más relevantes de la etapa republicana y el momento álgido de su actividad poética, que dará sus frutos alrededor de la revista Espadaña (1944-1951). En el León republicano adquieren un especial protagonismo los filósofos Ortega y Gasset y Romero Flores, los pintores Vela Zanetti y Sánchez Cadenas, y los escritores Federico García Lorca y Alejandro Casona. Casona escribirá en el verano de 1935, en el pueblo de Canales, Nuestra Natacha, la obra teatral más emblemática de aquel momento histórico.

La guerra dará con los huesos de Crémer en prisión y aquella experiencia marcará de forma imborrable su memoria literaria. Allí coincide con otro escritor leonés de deriva dramática: Leopoldo Panero. Los años bélicos y sus efectos condicionan la década de los cuarenta, en la que Crémer pone en marcha (con el cura González de Lama y con el joven Eugenio de Nora) la revista Espadaña, a la vez que publica cuatro libros de versos y se hace un nombre en la literatura española. El recorrido de este tiempo muestra una especial atención hacia los episodios históricos, con particular detenimiento en los avatares de la oposición.

Espera y esperanza

A partir de 1950, el viaje concentra su atención en la literatura y los nuevos escritores que van poniendo en marcha su obra. Crémer prosigue con su actividad década tras década, sumando ahora las novelas a la dedicación poética. Los «hijos de Espadaña», como Gamoneda o Pereira, toman el relevo y tutelarán el surgimiento de nuevas generaciones de escritores: Torbado, Luis Mateo, Merino, Aparicio, Agustín Delgado, Colinas, Elena Santiago, María Luz Melcón. Otros escritores del medio siglo irán desvelando su vínculo leonés, como Jesús Fernández Santos, Josefina Aldecoa, José Luis Martín Descalzo, Carmen Laforet, Ángel González o Juan Benet. Y con la llegada de la democracia se produce el esplendor de la literatura leonesa, una aventura de la que Crémer fue pionero y partícipe hasta el final de sus días.

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