Diario de León

«Isabel dejó bien claro a su marido que la reina era ella»

La historiadora María Pilar Queralt presenta en el Club del Prensa del Diario su libro sobre Isabel la Católica, una reina poderosa, madre entrañable y una mujer desgraciada.

María Pilar Queralt.

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susana vergara pedreira| león
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«Fue una mujer profundamente desgraciada». Sorprende la absoluta naturalidad con la que lo cuenta. Le interesa la persona que hay detrás del personaje. Saber cómo eran para saber por qué hacían lo que hacían. Es, dice, lo que explica la Historia. María Pilar Queralt no se muerde la lengua. Amena, divertida, didáctica, esta historiadora catalana cuenta en su libro quién fue Isabel, la Reina Católica. Hoy lo explica en el Club de Prensa del Diario.

— ¿Por qué se le tiene tanta manía a Isabel la Católica?

— A mí también me caía fatal hasta que me enteré de quién era en realidad.

— ¿Ah sí? Diga.

— Una mujer a la que el destino sorprendió. Cuando nació nada hacía prever que sería reina de Castilla. Y una figura utilizada por todos. Para unos, icono de todas las virtudes patrias. Para otros una reina fanática que más valdría borrar de la historia. Fue una reina convencida de su destino una vez que lo asumió. Y una mujer profundamente desgraciada.

— Nunca nos lo contaron.

— Siendo niña muere su padre y se cría con su madre, que era depresiva compulsiva. Ella sembró la semilla de la locura en la rama de los Habsburgo.

— ¿Pía y triste?

— Se crió en Arévalo entre intrigas de la Corte. La apartan de su madre con 10 años, no de adolescente como cuenta la serie de TVE. Muere su hermano. Es una madraza que vio morir a dos hijos y un nieto. Su hija Juana estaba desequilibrada y ella lo sabía. María, la única hija que fue feliz, vivía en Portugal. El reino quedaba en manos de Felipe, hermoso y tan ambicioso... Dejó escrito en su testamento que tanto esfuerzo había sido en balde.

— Pero tenía a Fernando el Católico, ¿o tampoco?

— Al principio fue un matrimonio por conveniencia, pactado. Isabel quería unirse a Aragón porque era un reino importante y fuerte, tenía a Francia a su favor y un ejército organizado frente al de Castilla, dividido por los enfrentamientos entre hermanos. Fernando era un absoluto seductor, igual convencía a sus interlocutores políticos y militares que a las mujeres que pululaban a su alrededor. Era apuesto, no sé si tanto como Rodolfo Sancho en la serie... (risas). Ella había sido criada entre frailes y dos o tres amigas. Cayó rendida. Pero él se llevó una sorpresa: era inteligente y guapa. Rubia, de ojos azules, Isabel de Trastámara encarnaba el ideal de belleza del Renacimiento. Y surgió el amor. Él la admiró siempre, pero ella se cansó de sus infidelidades. Fernando tuvo al menos tres hijos extramatrimoniales. Los episodios de celos de la reina dejan pequeños los de su hija Juana la loca. Cómo serían que incluso los cronistas de la época lo anotan. Pero al final, Fernando en su testamento dice que vivir sin ella fue el trabajo más grande que la vida le dio.

— Una reina tan poderosa tendría una gran formación.

— En principio, una formación académica justa, la instrucción normal para una infanta de la que se espera sólo un matrimonio ventajoso en el futuro. Pero Fernando hablaba latín, era un hombre plenamente renacentista y el príncipe que inspiró a Maquiavelo.

— Y ella se pone a estudiar.

— Sí, al mismo tiempo que sus hijas. Fue una corte extremadamente culta, en femenino. Dio a sus hijas la misma formación que a su hijo. De hecho, en Europa se decía que eran las princesas más cultas de la época.

— Hasta en el latín, ‘tanto monta, monta tanto’...

— Pues sí, Isabel hablaba muy bien latín. Y portugués con su madre. Y el Papa Borgia escribe a sus hijos cartas en catalán...

— ¿Pero quién mandaba?

— ‘Tanto monta, monta tanto’ no se debe interpretar como quién manda más. Era el reconocimiento de la categoría de cada uno, los dos por igual. Los dos son reyes. Ella le remendaría la ropa a su marido pero era reina y no consorte. El consorte en Castilla fue él. Ambos respetaron las particularidades, lenguas, fueros, leyes y monedas de ambos reinos. En Castilla, por ejemplo, no existía la Ley Sálica que impedía a las mujeres ser reinas y en Aragón, sí. Ella dejó bien claro a su marido que la reina era ella. Isabel y Fernando lograron la unidad de España pero no se unifica.

— Pues la Historia dice...

— Franco mentía.

— Levantó una nación de la nada.

— Ella organizó el reino como si fuera un hogar. Se encargó de la seguridad de sus súbditos, de su bien espiritual, fue una gran mecenas, levantó el primer hospital de campaña en la guerra de Granada. Quizá las carencias afectivas de su niñez quiso compensarlas con su familia. No se separó jamás de su hijos. Como la Corte era itinerante, se los llevaba con ella. No le gustaba la guerra y dejó las batallas y las relaciones diplomáticas a su marido.

— Y al Gran Capitán.

— Sí, Gonzalo Fernández de Córdoba hizo con Fernado un gran tándem. Más incluso que el de Isabel y Fernando. Él era un gran estratega y el Gran Capitán un perfecto director de ejércitos. Pero nunca tuvo un romance con la reina, eso es una licencia de la serie de televisión.

— ¿Era ejemplar?

— Llevaba la decencia y la honradez hasta el extremo. No dejó entrar caballero alguno en su cuarto y en ausencia de Fernado, dormía con su hijos o sus damas. Como contrapunto a la corte de su hermano Enrique. Su esposa, Juana de Portugal, tuvo gemelos estando casada con el rey. Isabel quería ser una reina ejemplar. Es, quizá, la primera que cree en la ejemplaridad de la monarquía.

— Muy actual.

— Sí, mucho.

— ¿Tuvo legitimidad para ser reina?

— No tenemos el ADN de Juana la Beltraneja, que fue sepultada en Lisboa y en el terremoto de 1755 se perdieron sus restos. La historia nos niega saber la verdad. No hay forma de demostrarlo. Pero Juana no fue concebida por métodos naturales.

— ‘Per cannam auream’.

— Sí, la primera inseminación artificial de la historia. Un médico judío introdujo una cánula de oro en la vagina de la reina con el esperma. Quién sabe si era del rey.

— ¿Por qué la duda?

— Porque al margen de la enorme maquinaria de propaganda de Isabel, al margen de la magnífica operación de márketing de la Reina Católica, su hermano el rey Enrique IV era enfermo. Tenía un tumor benigno en la hipófisis. De ahí sus gigantes manos, sus enormes pies y su mandíbula grande. Se confirmó al abrir su tumba. Y de ahí también su impotencia. O, al menos, sus dificultades. No tuvo ningún hijo. Y Juana nació siete años después de su segundo matrimonio. El primero se anuló porque no pudo consumarlo.

— Pero la Beltraneja nació.

— Sí, y murió firmando ‘Yo la reina’ pero creo que no tenía legitimidad.

— Y si el semen hubiera sido el del rey?

— Es muy discutible el origen de Juana. Da igual que el semen fuera de Beltrán o del rey. Para la época, era obra del diablo. Y a ojos de Isabel y los nobles, eso descatalogaba la garantía de la Beltraneja para subir al trono en una monarquía cuya concepción es teocrática. Y todo indica además que no era hija de Enrique.

— ¿La encerró Isabel?

— Entró en un convento. La hija de Isabel, María, se la lleva a vivir a la Corte en Lisboa y muere allí con el tratamiento de Excelente Señora.

— El error de Isabel.

— Arrasar la Granada nazarí. Usar la Inquisición para la represión de las minorías. Echar a los judíos. Se quedaron con sus bienes y, como con los templarios, no tuvieron que devolverles los préstamos.

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