Nacho Abad escritor
«Sólo regresamos a los sitios si alguien nos reconoce en ellos»
Volver, regresar, perderse, falsear la realidad, recordar... escribir. Puede que eso sea, como decía Samuel Beckett, lo único que sabe hacer Nacho Abad. En su nueva novela, ‘Tamita cumi’, que hoy presenta en el bar Belmondo, demuestra que la literatura es el único faro con el que cuenta para despejar la niebla del barco que capitanea.
—Comienza cada capítulo con un deseo (‘Cuando volvamos’) y cada uno de ellos es una postal de recuerdos, imaginados o no. ¿A qué escritores, a qué libros regresa en cada uno de esos capítulos?
—Hay una especie de biblioteca heterogénea y desordenada de títulos y autores que van apareciendo, y otros que están siempre ahí, Celine, Lowry, Kerouac, Burroughs, Kawabata, Mishima, Melville. De este último, por ejemplo, tomé la idea de hacer el viaje en un barco que parece una ballena. Creo que expresa bien la trampa de la escritura: perseguir aquello que acabará por destruirte. También hay un autor que no aparece, pero de quien en alguna medida soy deudor: Benet. Y es que éste es un libro inacabado, porque uno de los capítulos debería titularse Cuando volvamos a Región.
—Supongo que el no incluir un capítulo dedicado a Benet es es sí mismo un capítulo, el del olvido, como ocurre con los personajes de Región ¿Hay más olvidos en este libro?
—No creo que haya más olvidos. El bestiario lo conforman personajes de biografías marcadas por la estridencia, porque resultan más fáciles de caricaturizar. Debían ser además personajes muertos. Faltarán muchos, claro, pero no por mi mala memoria, sino por mi ilimitada ignorancia.
—Su segunda historia es cien por cien metaliteraria. Me imagino que Ferdinand es Celine y que el círculo lo cierra Samuel Beckett. ¿Podría explicar qué papel juega el fracaso en la literatura y cómo te afecta a tí?
—Soy un escritor fracasado. La novela tiene una lectura cien por cien metaliteraria, estoy de acuerdo, pero también tiene una importante carga autobiográfica. Es una alegoría sobre el momento en el que comprendí que nunca llegaría a ser el escritor que deseaba ser. Parece triste, pero no lo es. Todos hemos fantaseado en algún momento con la idea de que un médico nos diagnostica una enfermedad indolora e imperceptible que nos quitará la vida en pocos meses. ¿Qué haríamos con ese tiempo? A todos se nos ocurren planes fantásticos. En esta novela ocurre algo parecido: parte del momento en el que comprendes que tus pretensiones como escritor han tropezado con tus limitaciones. Y sin embargo, no puedes dejar de escribir. ¿Qué tipo de novela escribes cuando sientes que te han desahuciado del mundo de la literatura? Yo escribí Talita cumi
—Vila Matas dijo, aquí en León, que cuando le preguntaron a Beckett por qué escribía, contestó: «¿Qué quiere? no sé hacer otra cosa». ¿Tiene esa sensación?
—Me identifico más con otra respuesta que él mismo dio a una pregunta parecida. Escribió en una tarjeta: «¿Para qué escribir? No lo sé. Discúlpeme.» Cada vez encuentro menos excusas para seguir escribiendo. Éste es un trabajo duro, solitario, desagradecido, y en el que te enfrentas constantemente con tus propias miserias. No es propio de personas de bien.
—Se puede regresar a un lugar en el que nunca se ha estado?
—Sí, y no sólo de una forma poética. Las políticas de recortes nos están haciendo regresar a un lugar en el que nunca hemos estado. Al menos, mi generación está regresando a un pasado desconocido. Ni Argos nos reconocerá cuando lleguemos. Pero el viaje de vuelta ha sido formidable. Estábamos tan entretenidos con la nocilla que no vimos cómo el colacao party se llevaba la merienda. Ahora andamos un poco perdidos. Sin líder ni ganas. Montero, el injurioso, publica entrevistas diciendo que admira el compromiso político de Vargas Llosa. mientras posa monísimo para cartéles de partidos más a la izquierda que la izquierda. Sánchez Dragó se sorprende de que el embargo de Cristina Fallarás sea real, y no un bulo, y en la prensa podemos leer argumentos que se demuestran unos a otros, como en la filosofía religiosa de la edad media. Además, vendemos las joyas de la corona, el Canal de Isabel II, la sanidad, la educación, grabamos con impuestos la justicia y la cultura, y amnistiamos a torturadores y a ladrones, pero sólo si roban dinero público y torturan en nombre de un bien superior al que llamamos Estado. ¿Se puede regresar a un lugar en que nunca hemos estado? Sí, pero ¿saberemos escapar de nuevo?
—¿Y echar de menos lo desconocido?
—Hay un poema de Gamoneda que comienza con una cita de Marx: «La vergüenza es un sentimiento revolucionario». Habla de su mala conciencia por algunas cosas que hizo en el pasado: torturar a una perra, robar la carta que un soldado escribó a su madre. Echar de menos algo que no hemos conocido es, creo, en el mismo sentido, también un sentimiento revolucionario, higiénico y ético. Lo único que podemos ambicionar es lo que no hemos tenido, porque el tiempo sólo tiene una dirección.
—¿Cómo se falsea una metáfora? O ¿Es eso lo que hacemos cuando nombramos las cosas?
—Esa pregunta me perturba tanto que si la respondo creo que voy a romper su magia. Me viene a la cabeza el arranque de Cien años de soledad: «El mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo». También Marguerite Duras: «Escribir es intentar saber qué escribiríamos si escribiésemos». Creo que en literatura, es más honesta la ficción que la realidad, y más sincera la mentira que la verdad.
—Este libro se me antoja un viaje sin fin, como la Odisea, solo que este o estos Ulises nunca llegarán a Itaca. ¿Cuál es la suya?
—Llevo varios días hablando con Alberto Torices sobre este mismo tema. Él apunta que La Iliada es el viaje de ida, el iniciático, la aventura primera, mientras que la Odysea es el regreso al origen. ¿Dónde está el origen? No lo sé. El primero en reconocer a Ulises fue Argos, su perro. Mucho tiempo después, Argos reaparece en la literatura através de Borges, en el cuento El Inmortal: esta vez, Argos, convertido en el propio Homero, es quien nos descubre que el tribuno de Tebas que narra la historia, al alcanzar la inmortalidad, se ha convertido también en autor de la Odysea. Regresamos a los sitios sólo si alguien nos reconoce: ese alguien podemos ser, siquiera, nosotros mismos.
—¿Cómo es su particular viaje al final de la noche?
—He querido que primara la imaginación y la belleza sobre cualquier otro aspecto, y eso me ha costado que parezca a veces desnortado. Viajar de esta forma se parece mucho a escribir, que es como tener una barca en el país de la niebla: uno no sabe muy bien qué hacer con el timón, ni hacia dónde remar, y mucho menos, a qué puerto se dirige.
—¿Hay salida?
—Sí, creo que hay salida. O quiero creer que hay salida. Escribir es un acto de optimismo. Hasta el libro más deprimente es en el fondo un acto de optimismo, a su manera: la literatura es el modo de comunicación más lento, con mayor retardo que conozco, y requiere de mucho esfuerzo. ¿Cómo vamos a estar tanta horas aquí, mientras la vida sucede fuera, si no creyéramos que hay alguien al otro lado de la línea, esperando oír nuestra voz? Tiene que haber una salida, toda esta mierda que nos envuelve debe tener una buena explicación al final.
Lugar: Bar Belmondo. San Lorenzo, 1.
Hora: 20.00.