Diario de León

Un museo de cine en un almacén

Miguel Pérez ‘Trébol’ atesora más de 70 proyectores que ha restaurado y películas leonesas de los años 20.

Miguel Pérez ‘Trebol’ con algunos de los proyectores que ha ido coleccionando y reparando en su taller de Veguellina de Órbigo.

Miguel Pérez ‘Trebol’ con algunos de los proyectores que ha ido coleccionando y reparando en su taller de Veguellina de Órbigo.

León

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Conoce las tripas del cine. Desde empalmar un rollo de película a limpiar en marcha los carbones de un proyector. Fue operador en cines ya desaparecidos como el Órbigo, el Apolo o el Imperial. Ahora es coleccionista y restaurador de viejas cámaras que reconstruye pieza a pieza, porque no existen recambios.

La historia de Miguel Pérez García, al que nadie conoce por su nombre en Veguellina de Órbigo —donde para todos es Trébol— tiene muchos paralelismos con la del pequeño Totó, el niño que protagonizaba la inolvidable película de Giuseppe Tornatore Cinema Paradiso. Su maestro fue Adolfo García Fines. «Él me lo enseñó todo», confiesa.

Ahora, en un almacén de su pueblo, atesora más de 70 proyectores, desde una Ossa VI-C, una Eurtier, una Kodascope, un proyector marca Marín que compró en Infiesto —una de las máquinas que hicieron historia en el cine ambulante— y una Pathé Baby fabricada en Francia en 1920, que funciona a manivela y con película de papel, ‘la joya de la corona’.

Cámaras de ocho milímetros, de 16, de súper 8, de 35 mm… Carteles de películas, cientos de rollos de cintas como Ben-Hur, Zorba, Miguel Strogoff, incontables trailers, porno de los sesenta, filmes de principios del siglo XX, entradas de cines que hace décadas que cerraron… Además ha conseguido varios documentales de cine mudo, de unos diez minutos de duración, entre los que destaca uno dedicado a la minería de León; así como otro sobre el cultivo del arroz, sobre la pesca de la caballa y sobre la seguridad en el mar. Todos ellos de autor desconocido.

Se busca museo

El sueño de Trébol es ver este legado en un museo. No le importa dónde. Aunque no sea en León. «Todo esto no puede quedar tirado», dice. En los últimos veinte años ha peinado rastros, anticuarios, cines desmantelados e Internet en busca de pequeños tesoros. No importa el estado en el que se encuentren. Este ‘manitas’, que trabaja como electricista en la Azucarera de Veguellina, es capaz de recomponer cualquier proyector. «Todas las máquinas que tengo funcionan», afirma con orgullo.

En su taller, donde se apilan las películas y las máquinas, hay decenas de rollos del Nodo, un amplificador de sonido de válvulas… y hasta una pantalla de un antiguo cine de ocho metros de larga. Ignora cuánto dinero ha invertido en estos proyectores que hicieron soñar a varias generaciones en cines que fueron cerrando uno tras otro. «No sé lo que he gastado, pero ha sido mucho dinero».

Comenzó a los 14 años como ayudante de cabina con Fines. «Fue mi profesor». «Salía de la escuela, dejaba la cartera y me marchaba a aprender a un taller electromecánico. En los ratos libres iba al cine con Fines, porque no tenía dinero para pagar la entrada, así que veía la película a cachos desde la cabina», cuenta. Eran los tiempos en los que el jefe de cabina se veía forzado por la censura a ‘cortar besos’.

«Adolfo me enseñó a limpiar el proyector, a empalmar los rollos con acetona con la película en marcha… y todos los trucos». Todas sus adquisiciones las ha hecho en España, excepto unos rollos de película de Micky Mouse que adquirió en Perú.

Trébol proyecta, de vez en cuando, algunas de sus viejas joyas a los amigos. Recuerda el ajetreado día que proyectaron Ben-Hur en el cine Órbigo. Se estropeó el proyector, «pero la película se pasó igual». Durante las casi tres horas que dura la cinta, Trébol estuvo en cuclillas ‘rebobinando’ a mano. Por algo, en los cines de algunos países sudamericanos al operador del proyector se le denominaba ‘cácaro’, porque cuando fallaba la proyección o se tarda demasiado en empezar, el ‘gallinero’ de los cines irrumpía en un auténtico ‘cacareo’.

Un operador de película

Un día, viendo películas, el operador de Veguellina se fijó en que la distribuidora era Trébol Films: «¡Anda, si tenía una empresa y no lo sabía!», bromea.

Hace dos años, el reconocido realizador leonés afincado en Barcelona y profesor de la Escuela de Cine de la ciudad Condal Julián Álvarez le hizo un precioso corto de media hora de duración sobre su excepcional colección de proyectores. En la cinta, mientras Trébol cuenta su historia, se superponen escenas de la película Cinema Paradiso.

La tecnología acabó arrinconando los proyectores y fue también el fin de los operadores de cabina. De aquellos tiempos sólo quedan recuerdos y los ‘artilugios’ que Trébol intenta rescatar del olvido. Viejos artefactos, aún en funcionamiento, que únicamente se salvarán si encuentran hueco en algún museo.

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