Adiós a la actriz más libre del teatro y el cine español
María Asquerino muere a los 85 años a causa de una afección pulmonar.
María Asquerino ha muerto a los 85 años tras una vida que ella definía como «inconstante», pero que fue más bien insobornable. Ganadora de un Goya, de la Medalla del Mérito de las Bellas Artes o el Mayte de Teatro, ha sido reconocida por José María Pou como «la actriz más libre de España y pagó por ello». «Una actriz fantástica con una vida rica», según Lola Herrera; «una actriz de raza», según José Sacristán; «una actriz con mayúsculas», según José Ignacio Wert, aunque sus grandes amigos, como Fernando Fernán Gómez, Agustín González, Paco Rabal o Adolfo Marsillach no se pudieron despedir de ella porque se fueron mucho antes.
Asquerino, nacida en Madrid en noviembre de 1927, murió ayer a causa de una enfermedad pulmonar en esa misma ciudad, de la que siempre fue una habitante notoria, como epicentro de las charlas en el club Bocaccio o como paseante impenitente. Una mujer moderna adelantada a su tiempo, «sincera, comprometida y libre», en palabras de Gerardo Vera.
Con el «pagó por ello», José María Pou se refería a lo insobornable de su carácter, a lo intenso de su mirada, a lo ardiente de su vida sentimental —se casó a los 17 y se separó a los 19— y a, como ella decía, «ser la primera española que llevó pantalones». «María es el más claro ejemplo de una mujer libre que pagó con la soledad y el olvido no haber querido estar atada a determinadas cosas. Era una fuerza de la naturaleza en el escenario. Una auténtica reina», continuaba Pou.
Libre en el trabajo y en el amor, acabó sin dinero y sin familia. Ella misma se lamentaba de haber acabado «sola, como un pobre perro en la carretera». La Casa del Actor, de hecho, denunciaba que había sido una de las víctimas de la paralización de su proyecto de jubilación para los actores, pues Asquerino, quien estuvo en brazos de tantos hombres y que sedujo hasta a Orson Welles —al que dio largas en el Festival de Cannes de 1952—, acabó sus días en una residencia. Su casa, según confesaba Mario Gas, era el teatro, y había pedido que su capilla ardiente se instalara en el Teatro Español. «A mí, que me traigan aquí», le dijo Asquerino a Mario Gas. «En los últimos tres o cuatro años, María venía cada tarde a merendar a la cafetería del teatro. Se tomaba su café y su magdalena y hablaba con unos y con otros, encantada con el ambiente que había allí», recordaba el director de cine y teatro.
Alimento intelectual
Asquerino seguía buscando un lugar para la reunión intelectual que sustituyera a ese Bocaccio y se enfadó cuando en el María Guerrero convirtieron en sala pequeña su cafetería. Se había subido a un escenario a los 11 años en San Sebastián, como botones en Eloísa está debajo de un almendro y se despidió con Tío Vania, de Chejov, en el María Guerrero en 2009. Entre medias, protagonizó la atípica aproximación neorrealista de Surcos, de Nieves Conde, arrasó como musa de Antonio Gala en Anillos para una dama y ganó un Goya por La mar y el tiempo , de Fernando Fernán Gómez.
Y con esa voracidad por la vida, escribió sus memorias en 1987, en la que recordaba sus relaciones familiares —sus padres, también actores, Mariano Asquerino y Eloísa Muro— y algunos de sus idilios más destacados. Pero el vitalismo de Asquerino se fue apagando. «Hace mucho que no espero grandes sorpresas de los hombres. Después del amor, todos se duermen. Lo comprendo porque es un trabajo. Pero por eso prefiero ir yo a su casa, para poder marcharme», confesaba a su amigo Paco Umbral en una entrevista a El País en 1984. En 2009 se retiró algo hastiada. «No me retiro porque no me den papeles. Me retiro porque tengo 81 años y estoy muy cansada».