Mosquera
Opinión | josé maría cillero
Intrépida, constante, dulce, cariñosa, generosa, positiva y, ahora, abierta al amor. Raquel Mosquera, imparable, encadena programa tras programa en su lucha por ganarse un hueco relevante en el universo de la televisión.
Es como si alguien en los despachos de Mediaset hubiese advertido de que el actual empate técnico en audiencias entre las privadas —empate a cero, no vaya a pensar nadie que tanta igualdad se traduce en espectáculo— no se rompe a base de trampolines, sino de rostros que enganchen a los telespectadores, como demuestran, para regocijo de incondicionales y estupor de detractores, las idas y venidas de Belén Esteban del plató de Sálvame .
La viuda de Pedro Carrasco tiene ese ‘qué sé yo’ que llega a la gente, que la convierte en un personaje simpático. Tal vez ayuden el aire de normalidad, de persona corriente, que la envuelve y la colección de desgracias sentimentales que hemos ido conociendo desde este lado de la pantalla, una tras otra, sin que se escatimase en detalles.
Lo que es cierto es que su paso corto pero triunfal por Expedición imposible , con Leticia Sabater de compañera, y, sobre todo, su participación en ¡ MQS !, donde llegó hasta la final, han confirmado que es un valor seguro, capaz de caer bien a los compañeros de programa y de ganarse el favor del público.
Éxitos recientes que han animado a los responsables de Mujeres y Hombres y Viceversa a ficharla como asesora del amor —para lo que no le avala su experiencia matrimonial con Tony Anikpe, precisamente— e incluso convertirla en tronista veterana, papel que la peluquera, que no sabe decir no, ha aceptado sin pensárselo.
Con este carrerón, la Mosquera es firme candidata a alcanzar la categoría de fenómeno televisivo semejante al de la princesa del pueblo, con la diferencia de que le asoma menos el barrio que a la de San Blas, pero, y aquí es donde vienen los riesgos, con casi idéntica fragilidad anímica.