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León

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Opinión | JUAN VARELA

La inteligencia colectiva de Internet se volvió paranoia en las redes sociales. Las bombas de la maratón de Boston y la caza de los sospechosos desataron el rumor, la persecución y los prejuicios en las redes sociales. La distancia entre las multitudes inteligentes y las muchedumbres gritonas es de sólo un clic . El periodismo tampoco escapó a la urgencia, el sensacionalismo y los estereotipos. Ciudadanos y periodistas podemos, y debemos, hacerlo mejor.

Cuando la mayoría de la población está en las redes sociales y cada teléfono móvil es una cámara y un centro de publicación, el miedo encuentra la mejor autopista. La pasión por el clic y los mensajes no es buena cuando falta criterio y sobran cotillas.

Las redes sociales no tienen nada que no tengamos en la vida real. Pero su enorme capacidad de difusión y distribución, unida al impacto de las imágenes vividas en tiempo real multiplican las emociones.

La Policía de Boston y el FBI utilizaron como servicio público las redes para dar información a la ciudadanía y a los medios. Junto a ellos, muchos medios y periodistas individuales aprovecharon la oportunidad para hacer periodismo a la velocidad de las redes con información fiable. El espectáculo de las falsas acusaciones, la difusión descarada de imágenes y los prejuicios al saberse el origen checheno de los sospechosos, pese a estar criados en los Estados Unidos, vuelven a mostrar que para que Internet no se convierta en el gran sinopticón (el monstruo donde todos vigilan a todos del sociólogo Zygmunt Bauman), hace falta inteligencia y responsabilidad.

Cuando la frontera entre lo real y lo virtual se difumina, la responsabilidad es imperiosa o convertiremos el mayor instrumento de libertad ofrecido por la tecnología en una cárcel vigilada por tontos interactivos. La velocidad de la red demanda más y mejor periodismo, más y mejor pensamiento. A la velocidad de la comprensión, no del rumor.