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Firmeza de Caballero, pero sin espada

Álvaro Sanlúcar da un pase con la muleta a uno de sus astados.

Álvaro Sanlúcar da un pase con la muleta a uno de sus astados.

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León

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Ganadería: Novillos de Nazario Ibáñez.

Álvaro Sanlúcar: Silencio

Gonzalo Caballero: Ovación

César Valencia: Silencio

Javier López | madrid

Hay quien salía de la plaza quejándose del descastamiento y las pocas opciones que brindaron los novillos de Nazario Ibáñez. Pero ni tanto ni tan calvo, pues la novillada fue, cuanto menos, interesante dentro de sus matices. Un encierro, manso en el caballo, eso sí, pero con transmisión en el último tercio, y con la emoción que da siempre la movilidad y el picante tan característico del encaste «núñez», con dos astados, segundo y cuarto, de mucho interés por lo que desarrollaron en el ruedo.

De entre los novilleros, un nombre por encima de todos: Gonzalo Caballero, que si no llega a ser por su mala espada ahora mismo podría ser el hombre más feliz del mundo.

Sanlúcar se estrelló con el que abrió plaza, un animal que apenas se prestó desde que salió de chiqueros, muy frío, con las manos por delante y mal estilo en varas, y que en la muleta se defendió fruto de su escasa fortaleza, quedándose cada vez más corto hasta pararse. El joven principió su labor con unos templados y toreros doblones.

El primero de Valencia, pese a blandear en el primer tercio, apretó mucho en banderilla, viniéndose arriba en la muleta, aunque con mucho temperamento y sin humillar lo suficiente, algo que, sumado al viento de tormenta que molestó mucho, complicó aún más la papeleta al venezolano, que sólo pudo mostrar actitud. El sexto fue un marrajo imposible.

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