Diario de León
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Opinión | josé maría cillero

Menos mal que Nadal ha vuelto por sus fueros. Eso nos permitió levantar cabeza después de lo de Malmö. Menudo papelón el de Eurovisión. Seguro que los fontaneros de La Moncloa han hecho ya sus análisis de cómo afecta a la marca España ese penúltimo puesto. Aunque ya dejaron claro que la marca es una sastrería especializada en trajes a medida. ¿Qué la gente se manifiesta indignada ante el Congreso? Malo para la marca España. ¿Qué arrecia la corrupción? Ese género no lo trabajamos.

En todo caso, que levante la mano el que albergara esperanzas de ver a El Sueño de Morfeo volver a subirse al escenario concluidas las votaciones. Con una Raquel del Rosario nerviosita perdida que no empezó a afinar hasta mitad de canción —tampoco es que haya sido nunca la niña que emocionó a Risto en Nessun dorma , pero de ahí a parecer la primera candidata a la expulsión en OT —.

Un año más, renunciando a cantar en inglés; de nuevo, suspenso en efectos especiales propios del show de David Copperfield; sin Portugal dándonos sus doce puntos —obtuvimos ocho, para poner tierra de por medio respecto a Irlanda, el farolillo rojo, gracias a los seis de Albania y a los dos de Italia, a la que dimos doce, en una alianza latina no exenta de cierta asimetría—. En definitiva, un clamoroso y desafinado fracaso Pero. ¿a quién le importa esta Eurovisión de uvas verdes y trospidismo con estribillo? Si hasta hace nada el festival daba las boqueadas.

Entonces, cayó el telón de acero, aquello fue un no parar de países nuevos y nos invadió una flojera intelectual que aprovecharon las hordas del frikismo para tomar el palacio de invierno.

Resultado, el certamen aupado a fenómeno de masas por el entusiasmo de millones de vecinos de continente euroasiático, contrarrestado desde nuestro aislamiento de votos a base de humor cáustico y cinismo tuitero, sabedores de que no volveremos a ganar Eurovisión en la vida.

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