Diario de León

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Una densa corrida de Cuadri

El diestro leonés Javier Castaño da un pase con la muleta al primero de su lote.

El diestro leonés Javier Castaño da un pase con la muleta al primero de su lote.

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barquerito | madrid
León

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Toros : seis de Cuadri.

Fernando Robleño: silencio en los dos.

Javier Castaño : saludos tras aviso en los dos.

Luis Bolívar: silencio en los dos.

Más cerca de los 550 que de los 600 kilos, pero era castaño, tenía la cabeza como enroscada en el tronco y por eso, y por ventrudo, parecía todavía mayor que el primero. Fiereza, listeza, sentido y bravuconería se resolvieron de fogosa manera. Tardo pero codicioso, codicioso pero tardo, el toro se puso por delante antes de lo previsto. No fue tarde ventosa, pero uno de los raros golpes de viento vino a descubrir a Robleño cuando, calculada estrategia, iba metiendo en vereda al toro. El toro había parecido en varios momentos de la lidia una caja de bombas y, a ratos, un laberinto sin salida.

El toro derribó en una primera vara escandalosa, pegó cabezazos al tomar la segunda. Bailar un vals con el oso del circo. De eso se trataba. Robleño cortó en el momento justo y, al fin, entrando por derecho cobró una estocada extraordinaria. El quinto, de buche frondoso e inmensa caja, larguísimo, se encampanaba en bella postura. Tardó mucho en atender el reclamo del caballo de pica -no tanto como el sexto, que se tomó hasta tres minutos para fijarse- pero fue toro de sobresaliente fijeza, bastante más pronto que tardo en banderillas y un punto mirón en la muleta. El más correoso de los seis, con el punto pegajoso y turbulento tan de los cuadris. Quiso más distancia que la que ofreció Javier Castaño, muy dueño de sus nervios pero no tanto del toro, que vino empapado pocas veces y demasiado suelto otras. El aire sopló en momentos inoportunos y el toro, sangrado poco en varas, se descomponía si no venía toreado. Eso le dio emoción particular a la pelea, que se vivió con la resaca de una euforia insólita: los tres banderilleros y el picador Tito Sandoval se pegaron entre aclamaciones una gloriosa vuelta al ruedo después de cerrarse un brillante y espectacular tercio de banderillas de hasta cuatro pares. La euforia empujó a Castaño, se celebraron los mejores momentos de la porfía y se perdió por eso el sentido de la medida de la faena. Una faena demasiado prolija que terminó con un gancho del toro a la boca o la nariz del torero de Cistierna.

Un porrazo que estuvo a punto de dejarlo sin sentido. Por eso y porque el toro no descolgó a última hora, se hizo laborioso pasar con la espada: media caída y trasera, tres descabellos. El tercero de los de seiscientos y pico se jugó de sexto. Cinqueño, traza de locomotora, nombre de ilustre reata -Aragonés- y de trato no malo. Ni bueno tampoco. Anduvo seguro Bolívar en la lidia compleja de toro tan ajeno al caballo -no de manso, sino de docilidad campera- y trasteó con él con autoridad y buena mano.

El tercero, que se plantó en los 530 kilos, ligeramente renco o descaderado, de inseguros apoyos, tuvo poca fuerza, se metió desganado por dentro, se revolvió y se paró de golpe. Bolívar se lo tomó con calma con la espada.

Los tres banderilleros de Castaño saludaron también tras cumplir tercio en el segundo de corrida, que no dio los 600 kilos por solo ocho. Ebanista, de la familia de los madereros de Cuadri. Fue toro noble, admitió faena muy extensa por las dos manos, le costó repetir más allá del tercer viaje -y entonces se rebrincaba-, terminó acortando y hasta abriéndose de manos en las pausas entre tandas. Castaño no se cansó: péndulos, cruces de pitón a pitón. Casi se sentía más el aliento del torero en la cara del toro que al revés. Se celebró la tensión del cara a cara. Un pinchazo, media y tres descabellos. Dos horas después terminó la feria.

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