La escultural recapitulación de Arroyo
El artista protagoniza en el Centro de Arte Contemporáneo de Málaga una retrospectiva de su obra escultórica en la que reúne cuarenta años de creación y ‘aglutina’ su particular mitología lacianiega.
«Es muy simple. Es una retrospectiva de esculturas». Y es que Eduardo Arroyo no necesita hablar de su obra, porque hace muchos años que su mundo comenzó a adquirir un discurso propio, que en ocasiones siquiera necesita de la voluntad del artista. El lacianiego se ha convertido en un referente imprescindible para comprender la creación contemporánea española y ahora inaugura una nueva demostración en el CAC de Málaga. En esta muestra — Esculturas 1973-2012 — Arroyo ha reunido toda su producción escultórica, aportando además piezas que hasta ahora eran inéditas. Es el caso de Unicornio (2009), T atuaje (2005), Fantomas (2007) y Wadorf Astoria (2012). Algunas de ellas, piedras, hierros y plomos, han sido realizadas en el valle de Laciana. «El 70% de las obras están hechas en Robles y tienen la conexión mitológica con el valle», sostiene Arroyo, que destaca obras como el Unicornio o las Novias de Muxivén, piezas con las que ha compuesto un olimpo íntimo, un parnaso rupestre en el que construye una mitología en la que los unicornios existen y recorren los valles de Laciana.
El comisario de la exposición y director del CAC de Málaga, Fernando Francés, «indagar en el mundo de Arroyo entraña unos riesgos. Significa no sólo enfrentarse a uno de los pensadores más poliédricos de la escena contemporánea, más culto e independiente sino que implica también toparse, en la escultura, con miradas inquietantes, vivas, pese a que utiliza para ello materiales pesados o inertes como son la piedra o el plomo», subraya.
Un verano frenético
Fernando Francés explica que en piezas como La Dama de Baza , 2011 o Unicornio de Laciana II I, 1998, la realidad se revuelve contra uno como una daga y le precipita hacia un mundo conocido. «Hacia el dolor y el sufrimiento de no hallarse ni reconocerse. Es un sentimiento apátrida: no tener lugar en ninguna parte», manifiesta. El comisario recuerda que Eduardo Arroyo conoce bien esa sensación de sentirse depaysement, de exilio. En la década de los cincuenta emigró y se instaló en París, ciudad en la que vivió durante 23 años.
Eduardo Arroyo no para. Acaba de inaugurar en el Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca y, en dos semanas, inaugura una colectiva sobre Arte y Filosofía en la Fondation Maeght, Saint Paul de Vence, en la que sus obras compartirán espacios con la creación de Pablo Picasso. Además, en breve presentará una muestra de fotografía en Arles y está a punto de dar carpetazo a su nuevo libro, Máscaras y disfraces.
Asimismo, tiene pendiente una exposición en su galería —Álvaro Alcázar— en septiembre. Se titulará Lápices de colores.
«Ahora, en breve, podré ir a Robles, ha llegado el momento de encerrarme», anhela. Prepara el festival, del que aún no puede adelantar nada. «Lo que sí puede decirse ya es que el cartel es obra de un gran artista francés, Guy de Roussement», precisa. Eduardo Arroyo recibió en 1982 el Premio Nacional de Artes Plásticas. El Centro Pompidou de París o el Guggenheim de Nueva York han realizado retrospectivas de su obra y destaca su participación en la itinerante Arte español para el extranjero , que pudo verse en el Museo Ludwing de Budapest; el Nacional de Arte de Rumanía de Bucarest; las Salas del Consulado de España en San Petesburgo y el Musée National et d’Art en Luxemburgo entre 2003 y 2004.