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Publicado por
RAFAEL SARAVIA
León

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Hay hogueras más allá de las vanidades. Y algunas queman con buen gusto. Reflexionaba el otro día una amiga en la Red sobre tal vez el tema de la semana, esa cavilación tan perspicaz de nuestro ministro de educación con respecto a cuál es la necesidad, a su entender, de la nota necesaria para que un español pueda o no estudiar.

Ella planteaba que pese a su 6,14 en selectividad, había sacado un 9 en filosofía (lástima de su 2 en matemáticas). Y con habilidad argumentaba que eso no la hacía descerebrada o incompetente para los estudios, tan sólo que no sería una buena matemática. Efectivamente ella se encuentra ahora en Leipzig y con unos estudios filológicos a sus espaldas.

Tal vez, el gran error que compone el argumento de nuestro amante de las controversias, sea pensar que el derecho a la educación pública sólo lo poseen los pertenecientes a una casta de intelectuales de primer orden. Me recuerda entonces ese discurso tan manoseado de la primacía de una raza de hombres y mujeres en torno a un tema que cada medio siglo se resuelve de una u otra manera. Antes era la raza aria… ahora… el nivel de conocimientos.

Este caballero, ministro con sueldo de cada uno de los trabajadores que envían a sus hijos a escuelas públicas, no se da cuenta que las becas no son exclusivamente una manera de premiar a los estudiantes con expediente excepcional (estoy de acuerdo en que se recompense la excelencia), sino que es una manera de asegurar y construir una democracia real. Donde todos los españoles tengan derecho a una educación independientemente de su cartera. Wert tendrá que darse cuenta de que la educación no es un privilegio que el Estado concede a sus súbditos. Es un derecho social que consigue que un país sea fructífero y rentable (palabra que le gustará sin duda más).

Dentro de poco me veo que nos pondrán un límite de catarros al año, a partir del cual la sanidad será cosa de cada cual (quería exagerar, pero me he dado cuenta de que ya estamos en esa coyuntura).

Cuando comprendamos que una beca lo que hace es ayudar a seguir estudiando a un chico sin recursos (a pesar de que no saque una nota excelente), y que con ello conseguimos formar de manera notable a un ciudadano más, nos daremos cuenta de que lo que unos llaman falta de rentabilidad en la educación, otros entendemos que es inversión social y estructural.

Como bien apunta Ignacio Escolar, las becas no son para premiar a los buenos estudiantes: sirven para garantizar el derecho a la educación, que es la base de esa igualdad de oportunidades de la que habla la Constitución. Cuando el ministro eleva hasta el 6,5 la nota mínima para mantener una beca, está rompiendo esa igualdad porque exige a los estudiantes con menos recursos un esfuerzo extra que no se pide a los demás. Por todo ello, en esta hoguera de San Juan, no pude por menos que asumir que hay propuestas que sin duda nacen para arder… con la intención de limpiar de malos augurios el futuro de nuestro bienestar como ciudadanos; y esta proposición, sin duda, nació con vocación pírica.

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