MINORÍAS ABSOLUTAS
Caen hojas
Oh atendimos nuestras heridas con corrección/ bajo la dulzura hogareña/ y yacemos como si la superficie fría de una hoja/ nos hubiese dejado sin aliento».
Así sentimos este otoño que se estrena fúnebre y grotesco. Como si la superficie de estas hojas que empiezan a caer nos hubiesen dejado sin aliento. Sentimos este otoño como los versos de Seamus Heaney, contundentes al tacto, deliciosos en su duración.
Hace pocas semanas murió un hombre que fue poema en su tierra de poetas. Un poeta que supo lidiar con la musicalidad del tránsito y que sintió Asturias como una segunda patria. Seamus Heaney contribuyó a esa orden que los mágicos recuperan de la tierra y su sabiduría. Tuvo conciencia y resistencia hasta sus últimos días, inmerso en el trabajo, y curiosas son sus ideas en torno a la autodeterminación (Irlanda y su eterna lucha). Hasta tal punto, que su evolución vital le hizo defenderla en la juventud y cuestionarla en su etapa más sabia.
Tuve la suerte de cartearme con el Premio Nobel irlandés hace ya algunos años, y su huella manuscrita sigue impregnada de la sencillez de su hogar a las afueras de Dublín, llena de lucidez y maestría, llena de concordia y amistad (como la que cultivó con nuestro poeta Antonio Gamoneda). Llena del desorden maravilloso que poemarios como Luz eléctrica o Cadena humana han dejado impregnado en nuestro otoño personal. También nos ha dejado Álvaro Mutis. También ha sido partícipe de este duelo otoñal donde las hojas de los libros son metáforas de la vida. Siendo perennes tan sólo aquellas que merecen la continuidad de las estaciones. Se fue Mutis, pero no su lacónico estruendo. O, como decía en estos días Xoán Abeleira, se fue Don Álvaro... pero para nada su voz.
Sigue su voz, como aliciente y gaviero... vigilante siempre del porvenir. Aristocrática y erudita... asimilando cada pueblo por el que él pasó. Cada estampa que su tinta acompasó en libros como Los elementos del desastre o Summa de Maqroll el Gaviero .
Comienza el otoño y la voz del poeta se acerca con más nostalgia si cabe. Por eso Pablo Neruda se hizo otoño al morir un veintitrés de octubre, por eso la saudade se apodera de nosotros y los poetas, cuando llega el entretiempo, se desprenden sin importancia de una vida que ya les molesta, más distante que sus hojas... más acá de sus poemas... «Te debo el otoño marino/ con la humedad de las raíces/ y la niebla como una uva/ y el sol silvestre y elegante:/ te debo este cajón callado/ en que se pierden los dolores/ y sólo suben a la frente/ las corolas de la alegría.» dice el poeta autor de Residencia en la tierra o Canto general .
Tal vez el eco de sus obras, de las obras de estos inmensos poetas, genere un aire místico que nos acompaña más allá de la estación tardía. Tal vez este otoño, sea buen momento para tomar un libro de cada uno de ellos y dejar caer las hojas en nuestra retina. Como quien riega un futuro esperanzador.