Diario de León
Publicado por
RAFAEL SARAVIA
León

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En un momento en el que el hambre empieza a resultar preocupante en nuestro país, uno podría interpretar mal mi intención de hoy. Esa que acentúa el hambre que respiramos últimamente. Un hambre más profunda si cabe.

Hace unos días, una amiga inexistente, pero que es rubia y sabia, y habla italiano con gracia y excelencia, me silbó en el recuerdo este bello cuento: el poeta alemán Rilke vivió un tiempo en París. En su trayecto a la universidad, todos los días, pasaba junto a una amiga francesa, por una calle muy frecuentada. En una esquina de esta calle estaba siempre una mujer que pedía limosna a los transeúntes. La mujer se sentaba siempre en el mismo lugar, inmóvil como una estatua, con la mano extendida y los ojos fijos en el piso. Rilke nunca le daba nada... mientras que su compañera solía darle alguna moneda.

Un día, la joven francesa, asombrada, le preguntó al poeta: ¿por qué nunca le das nada a esta pobrecilla? Le tendríamos que regalar algo a su corazón, no sólo a sus manos, respondió el poeta. Al día siguiente, Rilke llegó con una espléndida rosa, la puso en la mano de la mujer y se disponía a continuar el camino.

Entonces sucedió algo inesperado... la mujer alzó su vista, miró al poeta, se levantó como pudo del piso, tomo su mano y la besó... luego se fue, estrechando la rosa contra su cuerpo. Durante una semana nadie la volvió a ver.

Pero ocho días después, la mendiga apareció de nuevo sentada en la misma esquina, silenciosa e inmóvil como siempre. «¿De qué habrá vivido todos estos días que no recibió nada?», preguntó la joven francesa. «De la rosa», respondió el poeta.

Hoy nos damos cuenta de que el hambre se ha de solventar en muchas variantes. Nos agrada enormemente saber que en ésta más honda, la que concierne a la rosa, hay entidades que profundizan e invierten tesón, como la Fundación Cerezales, que nos infunde esperanza en su ampliación de actividades (y por tanto infraestructuras) y genera un marco apetecible para el consuelo de la conciencia cultural.

O aquella historia de Isidoro Valcárcel Medina un hombre que se entregó al arte sin más pretensiones que las de dar salida a sus pulsiones creativas, sin ver la necesidad de vender... pese a la necesidad siempre constante. Hoy es reconocido con el Premio Nacional de Artes Plásticas desde hace ya unos años y, sin embargo, su coherencia sigue intacta, fuera de los mercados especuladores del arte.

Necesitamos algo más. Después de alimentar el cuerpo nos es imprescindible ese sustento que nos mantiene vivos como seres humanos. Por ello el arte, por ello esa necesidad de conquistar la belleza.

Rilke escribió este epitafio para su tumba: «Rosa o contradicción pura, placer, ser el sueño de nadie bajo tantos párpados». Y en eso andamos, bajo la contradicción pura de un hambre múltiple.

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