Diario de León

Escenas de sacristía

El pintor vuelve a la Galería Bernesga con sus típicos monaguillos.

Una de las obras del artista valenciano José Lull.

Una de las obras del artista valenciano José Lull.

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marcelino cuevas | león
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El pintor valenciano José Lull ya no viaja con sus cuadros, ya no viene a la galería Bernesga para presentar sus obras que, puntuales, llegan normalmente en el tiempo navideño.

Lull, con ochenta años a sus espaldas, sigue teniendo el pulso firme y la mirada llena de ironía. Suyos son los alegres monaguillos que tantas veces hemos disfrutado en las paredes de la galería y que también han sido reproducidos en innumerables calendarios y tarjetas postales. Unos chavales llenos de gracia y colorido que se burlan alegremente del invisible sacristán y de todo lo humano y lo divino. Que se columpian de las largas sogas que unen la tierra con las celestes campanas que anuncian la fiesta. Que prueban con secreto placer el dulce vino de misa y que, incluso, se permiten dar unas bocanadas a los gruesos cigarros que guarda en su petaca el anciano párroco que se adivina detrás de la puerta de la sacristía, pero que nunca se hace visible en estas entrañables pinturas.

Y es que los monaguillos del veterano pintor levantino, son un canto a la alegría, un divertimento pictórico de altos vuelos que nos reconcilia con los artistas que aún son capaces de contar historias en sus cuadros.

Toda esta visión lúdica de la obra de José Lull, no quiere decir que el artista haya dejado de lado en algún momento los fundamentos clásicos de una obra que ya es referencia dentro del arte español contemporáneo. Sus espectaculares paisajes, son oleos de ejemplar ejecución, con una extraordinaria fuerza y con un magnífico empleo del color.

Pero hay que reconocer que este entrañable abuelo de la pintura española, cuando mejor se desenvuelve es cuando decide plasmar los juegos y aventuras de los niños. No importa cuál sea el escenario, las orillas del Mediterráneo, los umbríos rincones de un patio valenciano, o el espacio lleno de luces y sombras de las antañonas sacristías rurales.

El pintor es capaz de hacernos sentir con sus colores hasta el religioso olor del incienso de esas sacristías decimonónicas. Cuando alguien es capaz de pintar con esa genial sencillez, de transmitir al espectador las vivencias infantiles de esos encantadores monaguillos, de encender una luz en el reducto de la ilusión… hay que admirarlo sin reservas y olvidarse de tendencias y modas para penetrar en la verdad de una obra bien concebida y admirablemente interpretada. Los niños de Lull juguetones, traviesos e inquietos son un maravilloso canto a la vida.

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