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Publicado por
León

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Crítica de televisión miguel labastida

Siempre me ha llamado la atención de los datos de audiencia de las campanadas de Nochevieja que, si sumamos las cifras de todas las cadenas, el resultado final descubre que solo alrededor de diez millones de personas estaban frente a la tele en ese momento en que se despide un año y empieza otro. ¿Y qué hacía el resto? ¿Se tomaron las uvas por su cuenta sin seguir las sabias indicaciones de Anne Igartiburu? No me lo creo. Tampoco creo a los que dicen no saber quién es Belén Esteban o los que aseguran, cada vez que sale el tema, que nunca han visto un programa de los cocineros que ahora tanto se estilan. No se fíe nunca de ellos. Hay cosas de las que, por mucho que uno lo intente, no se puede huir. Si hay un elemento que se niega, no tres veces sino las que haga falta, es la televisión.

Nadie ve nada. Nadie sabe nada. Reconocer por la calle a un concursante de ‘Gran Hermano’ no luce. No es lo mismo que toparse con la última ganadora del Nadal, que ha recaído muy bien caído en la valenciana Carmen Amoraga, o con el Premio Nacional de Diseño Alberto Corazón, que expone ahora en la Marlborough de Madrid. Esto viste bastante más. No causa la misma admiración confesar que te has leído todas las obras de Eugenides que declarar que has seguido todos los programas de Paula Vázquez. No es igual, está claro. Cualquier asunto relacionado con la pequeña pantalla es ordinario y vulgar, algo de lo que renegar no vaya a ser que alguien piense de ti lo que sí eres. Qué bien refleja esto La gran belleza , esa película que disecciona y se mofa de la burguesía, de los intelectuales, de los amantes del postureo. De todos esos que nombran a Proust o a Ammaniti sin venir a cuento, de los que cuelan referencias cinematográficas o literarias aunque estén hablando de algo tan prosaico como es la tele. En una fiesta, una invitada afirma no reconocer a una exvedete televisiva que baila en mitad de la pista. «Jamás la vi, pero yo nunca he tenido televisor», se apresura a aclarar. «Sé que no tienes. Desde que te conozco me lo dices casi todos los días», le responde otra. ¿A qué viene esa obsesión por desmarcarse? Es solo un truco. Nada más. Es solo un truco.