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CULTURA | LETRAS VIAJERAS. DE ORILLAS Y HULLEROS

Aparicio: «El problema de León es que somos invisibles para nosotros mismos»

El novelista leonés desgranó ayer su visión de la literatura y de los viajes literarios en ‘A vela y a viento’.

El escritor Juan Pedro Aparicio (León, 1941), durante su intervención.

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g. fernández | león
León

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«El escritor de viajes, y el escritor en general, no se conforma con la mirada de ‘tarjeta postal’ sino que imprime su propia visión, su propia percepción, va un poco más allá». Así caracterizaba Juan Pedro Aparicio la labor del autor de literatura de viajes; eso sí, la del autor «serio, riguroso y con sensibilidad literaria», porque el otro, el escritor de entretenimiento —«que tanto abunda hoy», anotó— «precisamente lo que hace es encadernar una y otra vez tarjetas postales en un argumento».

Aparicio, autor de Los caminos del Esla junto a José María Merino, de El Transcantábrico , del más desconocido La mirada de la luna (sobre China) y de Nuestros hijos volarán con el siglo , su última novela en torno a la figura de Jovellanos, «que también puede entenderse como libro de viajes» —sobre su último viaje, en realidad—, protagonizó ayer la segunda y última jornada del Congreso Castellano y Leonés de Literatura de Viajes con la conferencia A vela y a viento con presentación de Nuria Sánchez Villadangos, de la Universidad de León.

Rememoró Juan Pedro Aparicio cómo nacieron algunos de esos títulos y cómo mientras el primero surgió en un momento muy concreto, en los albores del restablecimiento de la democracia de España y en el contexto «de una gran incertidumbre» sobre la futura configuración regional de León. Influido por la tesis de que el Esla es en realidad el Astura de los romanos, recorrió junto a Merino el gran río leonés plasmando sus impresiones y más tarde publicándolas en forma de libro.

Porque, «si la expresión no es la adecuada, todo se va, todo se pierde...», señaló, hablando de la literatura en general.

El Quijote, libro de viajes

«No sé si el haber escrito dos libros de viajes concede licencia para otra cosa que no sea seguir siendo un atento lector de este tipo de literatura, de ámbito mucho mayor, por cierto, de lo que corrientemente se supone —así comenzó su charla—. He ahí, verbigracia, el Quijote, casi un modelo de literatura viajera, con su guía de fondas y su Maritornes y su itinerario que ha dado lugar a esta y a aquella otra ruta. Claro que el Quijote debiera de definirse por vía negativa, por lo que no es, puesto que su poder fundacional es tanto que casi todas las atribuciones le convienen».

Aparicio aprovechó para apuntar que sus dos principales libros de viajes «tienen derrota literaria pero también fecha de salida y de llegada, porque el calendario es acaso la única coordenada que, sin expulsarlos de la literatura, los extrae de la ficción». Y así, al novelista capitalino le gusta distinguir «entre el viaje datado y el viaje sin datar». «Y pienso que por la misma razón que la literatura no necesita de justificaciones que no estén en ella misma, no debería de llamarse libro de viajes a aquel que es una ficción viajera, o sea, una novela de viajes; lo mismo que hay novela de tesis, novela de amor o novela de aventuras, todas las cuales caben no pocas veces en la novela de viajes».

El Transcantábrico , su otro libro adscribible a este género, «tiene un impulso de raíz más antigua, pues de niño veía pasar aquel tren, el hullero , como lo llamábamos, mientras jugaba en el patio del colegio —recordó—. Nos decían que el tren iba de León a Bilbao. Mas, ¿cómo creerlo?». Pero el hullero era mucho más que aquel tren que llevaba al niño Aparicio y a muchos otros a excursiones por La Vecilla y Nocedo: «Sobre sus humildes espaldas cargaba a diario tres mil toneladas de carbón de las minas leonesas que alimentaban a la siderurgia vizcaína». «Y había que verlo —evoca—. La máquina de vapor al frente, los vagones rebosantes de carbón, con su esforzado cha-cha-chá y sus penachos de humo blanco. Era como los ‘caballos de hierro’ de las praderas americanas a la que unos indios de película podían atacar en cualquier momento».

Paisaje subcantábrico

Aparicio se embarcó en uno de esos viajes, doce horas de Bilbao a León, y de allí surgió un libro «que, para mi alegría, pareció tocar los exhaustos hombros del hullero con la varita mágica de la Cenicienta —se enorgulleció—. Y el modesto convoy fue capaz de ser El Transcantábrico , un hermoso tren de lujo que empezó a recorrer las tierras del norte de España».

«Había empezado hablando de la incierta naturaleza de algunos libros de viaje y tengo que reconocer que aun en estos dos míos no está todo claro a la hora de caracterizarlos», admitió el novelista. «Pero la literatura, a la postre, puede con todo, quiero decir que con su mano o, mejor, de su mano, se borran las fronteras entre ficción y no ficción —mantuvo— para ser toda ella literatura viajera, porque va de suyo que el sustantivo siempre ha podido con el adjetivo».

Aparicio criticó el hábito español de dar siempre más crédito a las opiniones y afirmaciones hechas por viajeros y estudiosos foráneos que a las vertidas por los compatriotas, hecho que afecta muy negativamente al país, y hablando en coloquio sobre los males específicos de León, se reafirmó en que el principal problema «es nuestra invisibilidad... para nosotros mismos». Así que primero habrá que arreglar eso.

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