EL FINAL DE UNA SAGA
Sobrevivir a la infancia
Acaba la poderosa estirpe poética marcada por el estigma del malditismo.
«En la infancia vivimos y después sobrevivimos», le dice Leopoldo María Panero a su madre en El desencanto. El documental de Jaime Chávarri desnudó a los hijos y a la viuda del gran poeta del régimen con una lucidez obscena. Película de culto, en ella están las claves para entender el malditismo de una familia en la que la presencia de un padre falangista y bebedor y una madre aristocrática y elitista marcaron el destino de la saga. La aflicción, el desgarro vestido de causticidad es la tónica de una película montada sobre la representación de la decadencia y la pérdida del paraíso perdido, del olvido, un olvido cuya imagen es la escultura cubierta del padre. La grandeza de la obra de Chávarri está en que fue capaz de hacer carne la palabra de los Panero. En un momento de la película, Michi asegura que ellos son el fin de una raza, de una raza que no encuentra además el carácter lampedusiano: «Somos una saga astorgana», dice con aparente displicencia, pero es esa adjetivación la que baja el telón al final de una época.
Pocos han verbalizado el desencanto con la familia como lo hizo Leopoldo María Panero: «A Michi le quiero un poco, y a Juan Luis también le quiero un poco, pero en fin… Seis años sin que vengan por lo menos un día a traerme chocolatinas… Eso no se comprende, joé…»
Ejerció como ningún otro el malditismo, leyó y comprendió a Lacan cuando nadie lo hacía en España («Yo vagabundeo en lo que vosotros consideráis menos verdadero por esencia: en el sueño»), se convirtió en el espejo de Antonin Artaud. Como para éste, la destrucción fue su Beatriz, y lo llevó a sus últimas consecuencias, convirtiéndose en un espectro. Al final, consiguió los que muy pocos, convertirse en palabra: «Yo que todo lo prostituí, aún puedo prostituir mi muerte y hacer de mi cadáver el último poema»...