EL FINAL DE UNA SAGA
Adiós al más cuerdo poeta loco
Fallece Leopoldo María, el último de la dinastía Panero, genio maldito y salvaje que alumbró el grueso de una poesía indómita y torrencial en las instituciones psiquiátricas donde pasó la mayor parte de su vida.
Poeta torrencial y autodestructivo, paradigma de genio maldito, alucinado, indómito y brillante, último de una estirpe de poetas, Leopoldo María Panero eligió vivir en la locura. Transgresor, inclasificable y de desbordante talento poético, falleció ayer a los 66 años. Huyendo de las inclemencias de la cordura, pasó la mayor parte de su vida en instituciones psiquiátricas sin que su inestabilidad mental le impidiera publicar con regularidad y firmar una de las obras más singulares, potentes y lúcidas de la poesía española del último medio siglo.
Sobrevivió a sus hermanos también poetas —José Moisés Santiago, Michi , el menor, fallecido en 2004, y Juan Luis, el mayor, en 2013—, para perecer a causa de un fallo multiorgánico en el hospital de Las Palmas de Gran Canaria, en el que había ingresado voluntariamente y que tenía encomendada su tutela. Sus restos serán incinerados hoy en la capital grancanaria.
A pesar de su tormentoso y esquizofrénico carácter, de sus paranoias y su impredecible y volcánico comportamiento, «era un ser cercano y tierno que hacía que la gente le entendiese, se enamorase», según la evocación de Antonio Huerga y Charo Fierro, amigos y editores de Panero que calificaron su poesía «grande e inmensa» y anunciaron su muerte. Cada año en sus ‘escapadas’ a la Feria del Libro de Madrid tomaba contacto con unos fieles lectores que le traían sin cuidado. Alejado del infierno del manicomio, de las «toneladas de haloperidol» que lo aturdían, aseguraba que «España es la que está loca, y no yo».
«La CIA tiene un plan para acabar con mi vida» sostenía. También que jamás oía voces, pero que cuando se echaba a la calle sí retumbaban en su cabeza «los pensamientos de la gente que me llegan de forma telepática». Hijo del gran poeta astorgano Leopoldo Panero y de la escritora y actriz Felicidad Blanc, sobrino del también poeta Juan Panero, creció en un ambiente letraherido e emocionalmente insano, marcado por el aliento poético de su autoritario padre. Había nacido en Madrid el 16 de junio de 1948 y la poesía fue una vocación muy temprana, casi infantil, a la que Leopoldo se entregó mientras estudiaba. Primero el bachillerato en el Liceo Italiano de Madrid y luego Filosofía y Letras en la Universidad Complutense y Filología Francesa en la Universidad Central de Barcelona. Ni las normas académicas ni las sociales estaban hechas para un iconoclasta, un apóstol de la incorrección y la irreverencia que condenó el «conocimiento formal» y se adentró por su cuenta en las fuentes más ricas de la poesía francesa y anglosajona.
Antifranquista furibundo, faltón y pendenciero, antes de cumplir veinte años había pasado ya por varias detenciones. Pronto llegarían las etapas de reclusión en centros especializados. Como poeta se había ganado la etiqueta de maldito que le acompañó hasta el final. El camino de Swan (1968) fue su brillante debut, un poemario deslumbrante al que siguieron Así se fundó Carnaby Street (1970). El editor Josep María Castellet incluyó sus poemas en su mítica antología Nueve novísimos poetas españoles de 1970. En los primeros setenta publica Teoría (1973) y tras una estancia en París, regresa a España a finales de la década y publica Narciso en el acorde último de las flautas , uno de sus libros más celebrados
Encuentra entonces en Eduardo Haro Ibars un alma gemela en el exceso y en las rarezas literarias y comienza un rimbaudiano descenso a los infierno del que no habría retorno.
Capaz de memorizar toda la poesía de Rimabud y Baudelaire, dueño de una displicente y mordaz inteligencia, traductor excelso como prueba su versión de Matemática demente , los cuentos humorísticos de Lewis Carroll, y acerado ensayista, el tabaco el alcohol y las drogas fueron compañeros de viaje del poeta desde su conflictiva y delirante adolescencia. En 1980 publica Last River Together y se retrata en La canción del croupier del Mississipi . En 1992 dedicó una espeluznante colección de poemas a la heroína.
Incapaz de socializar, enfrentado a su familia en una relación tóxica de la que dio cuenta la película El desencanto de Jaime Chávarri, pasaría la mayor parte de su vida adulta en centros de tratamiento psiquiátrico como el de Mondragón, donde permaneció casi quince años y alumbró algunos de sus poemas más divulgados. Ricardo Franco lo reclutaría en 1994 para que se interpretara a sí mismo en Después de tantos años , nueva vuelta de tuerca al estigma de los Panero. Sus últimos años transcurrieron en la unidad psiquiátrica del Hospital Rey Juan Carlos de la capital grancanaria, ‘el manicomio del doctor Inglod’, como lo llamaba, donde seguía escribiendo poemas en solitario o en colaboración.
Mezclaba en su abstruso y culturalista discurso Poe con Wittgenstein, a Lautremont con ETA y equiparaba su inteligencia a la de Niztsche. Fumaba varias cajetillas al día y bebía compulsivamente Coca Cola. El poeta loco, descentrado y raro, el hombre roto y alucinado, incapacitado para la vida corriente, el orate que peregrinó por los manicomios de Ciempozuelos, Tarragona, Getafe, Mondragón y Las Palmas, fue el primero de su generación incorporado a la selecta nómina de clásicos de la editorial Cátedra.