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Pedro García Trapiello ESCRITOR Y COLUMNISTA DEL DIARIO de león

«Entre los leoneses hay cabras, unos cuantos castrones y mucho rebaño dócil»

Dice que lo ha hecho porque una paisana del barrio de San Esteban se le queja de la cantidad de papel que ha acumulado en casa, producto del diario recorte de sus columnas; así que para esa mujer y para el resto de seguidores ha reunido Trapiello en seis libros, editorial Lobo Sapiens mediante, sus mejores textos. El río, el vecino, el papón, el ‘untamiento’... todo está aquí.

El escritor Pedro García Trapiello (Manzaneda de Torío, 1952), con su colección al completo.

Publicado por
EMILIO GANCEDO | LEÓN
León

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Es el mascarón de popa del Diario. Una columna que abre en canal la realidad cotidiana de estas peñas altas y bajas riberas, un diagnóstico enjundioso, crítico, ácido, con retranca cazurra, con remango de paisano filósofo acodado en pretil de puente. Pedro García Trapiello, hombre que escribe como habla y viceversa —voz sonora, voz de bocamina o de hondo pozo paramés—, el autor de las Cornadas de lobo que desde 1998 lacran las contraportadas de este periódico, ha seleccionado y reunido sus mejores textos en una cuidada colección, Penúltima antología , cuyo primer número ya se agazapa en las librerías.

—Vamos a lo prosaico, o sea, ¿cuántos libros salen ahora a la venta y a qué corresponden, dónde fueron originalmente publicados los textos incluidos?

—Al lío. Se trata de una antología (a la que llamamos penúltima para inquietar a enemigos y sugerir que el alcázar no se rinde) compuesta por seis volúmenes de los que se presenta ahora el primero, Al río... y por ahí , en el que se han recogido aquellas columnas de materia naturalística, con especial incidencia en los ríos y la riqueza silvestre leonesa. La colección se completa con los títulos Cornadas de lobo (selección generalista), Cazurros: o rebecos o castrones (con las ‘cornadas’ referidas a asuntos propios de esta tierra), ¡Pordiós! (columnas referidas a creencias, religiones, iglesias o papones)... cuatro primeros títulos que se componen exclusivamente de Cornadas de lobo aparecidas en el Diario desde 1998 hasta la fecha. Los dos últimos corresponden a Ropavieja (textos sueltos, charlas, prólogos, relatos) y No hay con quién: cartas para aprender a despedirse (viejas y nuevas cartas de mis dimisiones de cargos o encargos públicos, cartas a la historia y al presente, a políticos, a colegas, a León, a las peñas... porque es de buena educación el despedirse y, si es menester, el explicarse).

—¿Cuánto tiempo llevas cultivando el género opinativo? ¿Recuerdas de qué trataba tu primera columna?

—Supongo que desde un principio, allá por 1971 cuando, casi de broma, estudiando Derecho, empecé a escribir en Diario de León... y de la misma forma seguí haciéndolo a continuación en Pueblo , El Imparcial , Cinco Días , El Norte de Castilla , Ceranda , La Tarde Radical , La Crónica , Diario 16 ... y en todos los medios a los que me convocaron la pluma. Y de la primera columna ni me acuerdo ni aclararía nada de los derroteros por los que me ha llevado este oficio.

—¿Llevas la cuenta de tus columnas? ¿Cuántos ‘hijos’ de estos tendrás por el mundo?

—No. No más idea que el ojo de mal cubero. La cuenta la lleva mejor quien me paga los trabajos, pero teniendo en cuenta los 43 años en el mundo del espectáculo informativo, suman ya una montonera. Simplemente en los dieciséis años de Cornadas de lobo llegan casi a cuatro mil. Y en cuanto a los ‘hijos’, ¿chi lo sa?, aunque sí me consta que no poca gente las recorta y ya está algo hartita de amontonar papelote, de modo que con esta antología me gustaría agradecérselo y aliviarles del engorro.

—¿La gente se dirige a ti al día siguiente, la notas picada o satisfecha, te señalan o rectifican o aconsejan esto o aquello?, es decir, ¿notas la influencia de las ‘Cornadas’ en la calle?

—Todo lo que se escribe le gusta a un cinco por ciento, le irrita a otro cinco por ciento y el resto se lo toma a título de inventario (siempre y cuando te hayan hecho el inmenso favor de leerte o considerarte). Y claro, siempre opinan de lo que uno escribe, te felicitan, te ponen a escurrir (no es fácil que lo hagan a la cara), te aconsejan... y finalmente hasta te exigen de qué tienes o no que escribir. En fin, así es este oficio del que canta las mañanas. Y en cuanto al valor de la palabra escrita, tiene el que tiene. La palabra vale sólo lo que vale, es un mapa, sólo un dibujo... y estamos en un tiempo de muchos dibujantes y mucha palabrería, pero lo importante no es la palabra, sino la idea, no el cómo, sino el qué. Y si las ideas son buenas, se atiende a la palabra, ya la estampes en una contraportada, en un rincón de página interior, en una pantalla o en una tapia.

—Llevas más de cuarenta años contemplando, analizando y describiendo a los leoneses. ¿Por qué seremos tan cabras caínas? ¿Alguna conclusión, alguna teoría propia?

—Ojalá fueran los leoneses cabras y no ovejas en racimo... las cabras y los rebecos son una excepción entre todo el ganado cazurro que come yerba... cabras, pocas; castrones, unos cuantos... y el resto, rebaño dócil, ovejos, como en todo lugar y en todo tiempo... los leoneses no somos en nada especialmente diferentes de un riojano o un francés, por más que algún oportunismo político o escolar se empecine, así que no ensayo más teoría al respecto que la de lamentar ver un ‘empeño oficial’ en rellenar una falta de personalidad buscando desesperadamente diferencias en arqueologías históricas para vestirnos con los ropones impropios de tiempos pasados, de reyes bajo sospechas, de mitos exaltados o patrañas... y hasta con griales, si es necesario, como si León sólo pudiera gastar su orgullo en el pasado, cosa probable porque parece no tener presente o es incapaz de adueñarse de él y, menos aún, de imaginarse o trabajar un futuro que se vuelve siempre enigmático. Las exaltaciones patrioteras me aburren y me espantan... son puras escobas que carga el diablo.

—Pasemos ahora a una página biográfica: Tú, ¿qué querías ser de mayor? O más bien, ¿toda esa influencia familiar, ese ambiente de maestros, curas y periodistas que siempre respiró la saga Trapiello, te llevó inequívocamente a donde estás en este momento?

—Yo de mayor siempre quise ser niño... Por lo demás, no me alentó especialmente a esto de escribir el ámbito familiar, en el que quizá mandara más la senda de mis tres tíos que eran veterinarios... porque otros dos tíos periodistas me aconsejaban que no era buena elección este mundo, así que me matriculé en Derecho... y finalmente no es que viera claro que tenía que dedicarme a esto, simplemente me dejé llevar, aunque mi vocación secreta va por la botánica ‘de primor’ (me chifla experimentar con plantas) y el dibujo al que apenas dedico tiempo.

—¿Crees que si te hubieras marchado a Madrid, a vivir y trabajar, tu trayectoria hubiese sido muy diferente y, digamos, con más resonancia mediática a nivel nacional?

—Madrid... ¡pordiós!... rehusé siempre, a mí Madrid me provoca, como a todo ‘isidro’ de provincias, un mal síntoma: a los cinco minutos se me hinchan los pies y me duele la cabeza... en fin, si me quedé en estas prensas y altavoces no fue por buscarme notoriedades especiales ni por trabajarme un plan de jubilación (ser periodista es una actitud que no tiene horarios ni retiro, no es un oficio)... por lo demás, no estar en Madrid no me ha impedido presencia frecuente en no pocos medios ‘madrileños’, o sea, medios de ámbito nacional, ya fuera en prensa, en la radio (especialmente), algo de televisión...

—O sea, que no te preguntas a menudo eso de ‘¿qué hubiera sido si...?’

—No, porque podría llevarme a la conclusión de aquel chiste: «Pues contable de una casa de putas». En fin, quedarme en León es porque tiene más sentido y raíces esta decisión y porque han de ser mis paisanos los primeros que se aprovechen de mis anhelos, de lo que pueda hacer o de la poca o regular calidad profesional que ofrezca, pero sobre todo porque he querido comprobar si tenía razón Tolstoi al decir: «Quien sepa pintar su lugar puede pintar el mundo».

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