Destruyen a martillazos una pintura rupestre en Jaén
‘El hombre-golondrina’, de 3.800 años y Patrimonio de la Humanidad, sufre daños irreparables.
El hombre-golondrina de la Cueva de los Escolares de Santa Elena (Jaén) -pintura rupestre Patrimonio de la Humanidad- esperó durante más de 3.800 años su destino en la oquedad de una roca, en los riscos de Despeñaperros. Desde el 1.800 antes de Cristo hasta un día de la primavera de 2014: un vándalo entró en la cueva con un martillo y un cincel e intentó arrancar de cuajo la lasca de roca en la que una mano anómina lo pintó en un santuario de antiguos ritos mágicos, religiosos y sexuales.
El bárbaro no logró su propósito, pero los daños son irreparables. Y han causado una inmensa indignación en Santa Elena y entre los amantes del arte y la historia. «Siente uno un dolor inmenso», afirma Benito Navarrete, director de Patrimonmio del Ayuntamiento de Sevilla, profesor de Arte en la Universidad de Alcalía y vecino de la zona, pues tiene una casa en la cercana aldea de Miranda del Rey, en término de Santa Elena. Los daños los detectó el sábado por la mañana el guía-intérprete del patrimonio del Parque Natural de Despeñaperros, que acompañaba a un grupo de visitantes, y fue a avisar a Navarrete, asiduo de los abrigos rupestres de la zona.
La Cueva de los Escolares fue descubierta el 3 de marzo de 1973 por un grupo de jóvenes estudiantes que salió al campo de excursión con Francisco García, maestro y cronista oficial de Santa Elena, una eminencia en la localidad fallecido en 2006. La cueva está a una hora andando por la vieja calzada por la que los romanos entraban y salían de la Bética (el Empredraíllo, la llaman los lugareños), en un lugar poco accesible hoy día, por encima del Salto del Fraile, próxima a un pequeño embalse. Más que una cueva, es apenas una oquedad, de metro y medio de profundidad, y metro y medio de anchura y metro y medio de altura. Allí quedó pintada en ocre y de forma esquemática lo algunos interpretan como la figura de una mujer embarazada. En su blog, Benito Navarrete describe la pintura como «un antropomorfo golondrina con los brazos muy prolongados y unos trazos muy desvaídos propios del periodo esquemático», parte de un conjunto de pinturas rupestres que «son la constatación del especial valor religioso y mágico de esta zona de paso milenaria».