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León

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Crítica de televisión mikel labastida

El método más efectivo que tienen los escritores para que se hable de ellos en televisión es morirse. No es muy práctico, eso sí. Lo de nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto no funciona en la pequeña pantalla, por mucho que se empeñe Díaz Yanes. Hay cadenas donde es posible que se haya nombrado por primera vez ahora, con su fallecimiento, a García Márquez. Entretenidos en hojarasca y asuntos del amor y otros demonios han desterrado a la literatura a cien años de soledad. El mundo está lleno de libros preciosos, que nadie lee, que decía Umberto Eco. Aplicado a la tele, libros bonitos que nadie ve, asegurarían los directivos. Y no les faltará razón. Los programas literarios apenas rascan un dígito de share . El problema es que por no gustar no gustan ni a quien los realiza. Solo así se entiende que el resultado final sea tan soporífero, con contadas excepciones. Los canales se han rendido a esa falsa presunción de que la literatura es sesuda y aburrida y que todo lo que la rodea tiene el mismo tinte. Por eso las cadenas privadas ni se plantean entrar en ese terreno (aunque Jordi González amenazó con hacerlo) y las públicas se conforman con un esquema de magacín poco atractivo para el espectador.

Por no hablar de las horas en que se emiten, más propicias para estar entre las sábanas, con un libro o en otros menesteres, que viendo la tele.

Hubo un tiempo en que a los escritores les dejaban ser divertidos en la pequeña pantalla y no bustos parlantes. Sin necesidad de recurrir al alcohol como Arrabal, ahí estaban Terenci Moix haciendo coreografías de Marco Antonio y Gloria Fuertes diciéndole a los niños «¡viva el arte!». Por no hablar de Camilo José Cela, que ha dado entrevistas memorables.

Que se lo pregunten a Mercedes Milá, que antes de contar que se hacía pis en la ducha ya departía de la cosa escatológica con Cela cuando éste confesó que era capaz de absorber litro y medio de agua por vía anal.

Ha sido Chicho el que más se ha atrevido en televisión con la literatura.

En el último Un, dos, tres sustituyó a las tacañonas por bomberos inspirados en la novela Fahrenheit 451 . Seguro que Ray Bradbury ganó más lectores en aquella época que con los espacios escondidos en La 2 de los últimos años.

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