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León

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Opinión | mikel labastida

Los programas de Televisión Española no solo deben ser honrados, además deben parecerlo. Y esto MasterChef, que es la mujer del César en esta ocasión, no puede olvidarlo. El espacio de cocina se reveló la temporada pasada como un formato novedoso y entretenido, que servía además de escaparate de la gastronomía española y transmitía unos valores positivos relacionados con el esfuerzo y la superación. Perfecto para una cadena pública. El concurso comenzó con datos discretos, pero poco a poco fue conquistando a los espectadores. Este éxito (unido al de la versión junior) ponía el listón alto a la segunda edición, que comenzó hace unas semanas. En un primer vistazo a la nueva temporada la impresión era que el programa había apostado por la continuidad con un casting calcado al del año pasado. El jovencito Mateo tomaba el relevo de Fabián, Churra sucedía en el puesto de ‘madre oficial’ a Maribel, Emil se convertía en el nuevo ‘malo’ en lugar de José, y a Cristóbal le tocaba ocupar el papel de Cerezo como campechano y agreste. Para que el espectador no tuviese la sensación de vivir un ‘déjà vu’ incluyeron algunos perfiles algo diferentes como el de Celia, la vegana, o Jorge, el científico. La innovación ha llegado, sin embargo, por el único derrotero por el que no debería discurrir este concurso, por el del conflicto. Ése es un recurso habitual en los ‘realitys’ y que le ha funcionado estupendamente a Telecinco, pero que una tele pública no ha de usar. Es natural que en un espacio de convivencia surjan los roces entre participantes. Lógicamente TVE no tiene culpa de ello, pero lo que no es normal es que los suscite y los realce. Este año han decidido subtitular a los concursantes cada vez que critican a un compañero o sueltan alguna maldad, acentuar las peleas y jugar en el montaje resaltando los gestos de disgusto o de reacción aunque no correspondan a lo que está sucediendo en paralelo. Todo ello en detrimento de lo realmente importante, los platos y el modo de cocinarlos. A esto se une la actitud cada vez más despiadada de los jueces. Es un rumbo peligroso que puede terminar dañando el formato. Se empieza provocando peleas y se termina llevando a Rosa Benito a los fogones.