Diario de León

Adiós al hada madrina de las letras

Muere Ana María Matute, miembro de la Generación del 50 y la escritora que retrató la posguerra.

Una de las últimas imágenes de la escritora Ana María Matute.

Una de las últimas imágenes de la escritora Ana María Matute.

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antonio paniagua | madrid
León

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Ana María Matute, una de las grandes autoras de la posguerra, murió ayer en Barcelona, su ciudad natal, cuando le faltaba un mes para cumplir los 89 años. Académica y premio Cervantes, la escritora se va dejando una novela terminada e inédita. Candidata varias veces al Nobel, Matute nunca abandonó la mirada de niña, pese a que le tocó vivir tiempos de desamparo. Aunque recreó como nadie las desventuras de los desheredados por la fortuna, nunca perdió el halo de hada buena. Siempre en contra de la opinión general, reivindicaba el título de hechicera, si bien era una mujer bondadosa que a los ochenta años seguía llorando al terminar de leer las peripecias de Peter Pan.

La Guerra Civil, la desolación como sustrato moral de la posguerra, la memoria de la infancia como pérdida irreparable de la inocencia y el infortunio dominante en una sociedad en la que los más débiles perecen ante el desprecio de los poderosos constituyen el trasfondo temático de su obra narrativa. A esta mujer despistada y elegante, de una melena blanquísima y cara de niña asustada le mordieron duro las enfermedades, la depresión y las penurias económicas. Su padre tenía una fábrica de paraguas y fue instruida para ser una chica bien de la burguesía catalana.

A los cinco años, después de haber estado a punto de morir a causa de una infección renal, gestó su primer relato, ilustrado por ella misma.

De niña era tartamuda, más por miedo que por otra cosa. Porque cuando comenzaron los bombardeos de la guerra recobró la fluidez en el habla como a quien le desparece el hipo de un susto. A los ocho años volvió a padecer otra dolencia grave y la mandaron a vivir a Mansilla de la Sierra (La Rioja) con sus abuelos. Su infancia estuvo poblada de angustias y soportó la congoja de llevar una piedra en el pecho, como ella misma decía. En ese desconsuelo influyó el tener una madre muy estricta que solo la besó dos veces en su niñez, si bien luego, ya de mayor, se reconcilió con ella.

Con apenas 17 años escribió su primera novela, Pequeño teatro, por la que el entonces director de la editorial Destino, Ignacio Agustí, le ofreció 3.000 pesetas. Tras su superar el pasmo inicial, su padre, que nada sabía de la vocación literaria de su hija, estampó su firma en el contrato, pues la precoz escritora era menor de edad y necesitaba el consentimiento paterno para entregar a la imprenta el libro. Pequeño teatro no se publicó hasta 11 años más tarde, si bien el retraso fue recompensado con el Premio Planeta.

Comenzó a frecuentar a gentes mucho mayores que ella, intelectuales y escritores pertenecientes a la Generación del 50 o de los ‘niños de la guerra’, a la que pertenecieron Ignacio Aldecoa, Juan García Hortelanos, José Agustín, Juan Goytisolo y José Hierro, entre otros. Sus amigos de tertulia la llamaban ‘El pequeño cosaco’ porque bebía más que nadie sin que nadie se percatase de su embriaguez. Pero el alcohol no fue nunca un obstáculo para alumbrar una escritura apasionada, poética e incisiva, repleta de símbolos y metáforas sensoriales.

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