El antipoeta cumple cien años
Nicanor Parra continúa escribiendo en su casa frente al Océano Pacífico. La obra del escritor chileno ha marcado a buena parte de los autores de América Latina.
En pijama, con gorra y chaleco, salió el poeta a comprar el periódico en Las Cruces, un pueblo chileno de poco más de 2.000 habitantes que mira al Pacífico. Nicanor Parra, que hoy cumple 100 años, quería leer la crónica sobre la entrega del premio Cervantes 2011. Se lo dieron por su audacia al romper con la tradición poética del siglo XX.
Con 96 años, Parra se disculpó por no poder escribir «un discurso plausible» sin un año de plazo como mínimo y mandó a su nieto Cristóbal Ugarte, de 20 años, a recibir los honores en la solemne Universidad de Alcalá junto al entonces Príncipe de Asturias, que lo calificó como «un poeta rupturista y un artista esencial, desnudo de adornos». El repliegue de Parra ante la cita fue absolutamente coherente con el autor de Poemas y Antipoemas (1954), que prefirió no dejarse aturdir por la pompa. No quería perder su capacidad de detectar la poesía que irrumpe en los hechos más cotidianos, en el hablar de un niño o en el discurso espontáneo y sin estridencias del hombre común. Será por eso que su obra se fue ensanchando a la sombra de Pablo Neruda, el Nobel que sigue en el pedestal de la literatura chilena junto con Gabriela Mistral, su otra compatriota laureada por la Academia sueca. «Neruda es el poeta de las efemérides. Parra es de todos los días», sostiene el escritor argentino Ricardo Piglia, un gran admirador del chileno centenario.
Piglia, autor de Respiración artificial, cuenta que una tarde de 1962, cuando él era un joven estudiante y vivía en la ciudad argentina de La Plata, vio en el escaparate de una pequeña librería Versos de salón, de Parra. Lo compró y se fue a un bar para leerlo. «Cuando me levanté era de noche y yo era otro», asegura. Para Piglia, Parra fue «un antídoto contra Borges», el genial argentino que para muchos escritores era un fantasma omnipresente. «El narrador de García Márquez o el de Neruda tienen todo claro. El de Parra, en cambio, como el de Borges, vacila», distingue Piglia. Por eso hoy América Latina está más cerca de Parra, «un autor cada vez más joven», concluye.
En su recorrido de cien años, el poeta fue reconocido como un innovador. Unas veces ubicado en la izquierda y otras calificado como un burgués capitalista. En los 60 y 70 pareció simpatizar con la causa cubana. Pero luego fue cuestionado -y censurado en La Habana- por tomar el té con la esposa del presidente Richard Nixon en Washington tras ser jurado de un concurso. En ese tiempo, el socialista Salvador Allende había sido elegido presidente de Chile. Parra criticó al gobierno izquierdista de Unidad Popular, que fue brutalmente interrumpido por el golpe y la larga dictadura de Augusto Pinochet. Entonces el poeta no se exilió, sino que se refugió en la docencia. Solo allí, en su terruño, podía nutrirse. Dio clases de Humanidades de la Universidad de Chile junto a otros intelectuales notables, como Enrique Lihn y Jorge Guzmán.