MINORÍAS ABSOLUTAS
Muros
Hay muros. Siempre se sobreponen los muros a sí mismos. Cuando uno avanza en contra de los tabiques que obcecan la mentalidad abierta y plural, siempre surgen, sin saber de qué manera, nuevas paredes que limitan lo ilimitable.
Hace unos días se celebraban los 25 años de la caída del muro de Berlín. Ese muro que dividía a una población similar pero no igual; ese muro apodado «el de la vergüenza» por sus propios habitantes. Alemania, entonces, ganó sin duda una libertad y un paso enorme hacia la pluralidad de pensamiento y bienestar. Hoy, en nuestras fronteras, en las malditas fronteras que demarcan realidades ficticias, se levantan demasiados muros también. Muros que se elevan como infranqueables pese a que el sentido común sólo se inclina hacia la derriba. Muros como ese que separa a la clase política del pueblo. Muro que acongoja y acojona a partes iguales por la materia con que se levanta, es decir, el sudor de cada ciudadano de este país y su esfuerzo por dignificar una sociedad que huele demasiado mal.
Otros muros nacen con ganas de elevación y postureo. Recientemente hemos vivido la materialización casposa de una realidad muy seria. El desacuerdo social del pueblo catalán se ha empañado con la pamplina de unos intereses partidistas que poco se diferencian de lo que ofrece un gobierno central sordo y mudo ante las exigencias lícitas de los catalanes. El pueblo catalán tiene derecho a ser escuchado. Y llegado el caso, con seriedad y rotundidad, a elegir hacia dónde se quiere dirigir. Pero la seriedad es primordial. ¿Qué se elige? ¿Entre qué opciones? ¿Con qué condiciones? Eso es lo que le ha faltado a esta pataleta independentista llamada 9N. ¿Sabe el señor o la señora vecina de Gerona, por ejemplo, qué impuestos tendría si se independiza Catalunya? ¿Tendría un 21, un 33 o un 7% de IVA? ¿Qué políticas sociales llevaría? ¿Con qué deuda nacería el nuevo país?
Todo esto, bien planteado, difundido y explicado, sería un buen marco para después, haciendo campaña a favor o en contra de la independencia, a favor o en contra de levantar más muros, el pueblo catalán decidiese libremente. Pero hasta ahora, sólo he visto un alarde de rabia y rabieta. Sin sentido real. Cuestión que si se dio en la elección de esta causa en Escocia, por ejemplo. Tanto el gobierno británico como el escocés ofrecieron sus cartas y el pueblo eligió. Eso sí tiene sentido. La tozudería y prepotencia de nuestro gobierno central por no escuchar la realidad del pueblo catalán y no ofrecer una mesa de diálogo real, alimenta un odio por parte de un lado y otro de ese ficticio muro que, desde luego, ni beneficia a los catalanes ni beneficia al resto de los pueblos españoles.
Hay mil muros más por derribar, ese que maltrata la vida en Melilla, ese que generan las clases sociales... Antes que generar un país más en Catalunya prefiero la frase de Albert Camus que decía: «Algún día habrá de caer la estúpida frontera que separa nuestros dos territorios (Francia e Italia) que, junto con España, forman una nación».