Diario de León

PATRIMONIO

Un Murillo olvidado ‘agoniza’ en la iglesia de Santa Marina la Real

Defienden la autoría del maestro sevillano para una obra que ha perdido hasta el marco

El Murillo en la iglesia de Santa Marina

El Murillo en la iglesia de Santa Marina

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E. GANCEDO | LEÓN
León

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Detrás de esta conclusión hay muchas lecturas, muchas contemplaciones de obras pictóricas y un intenso periplo internacional que llevó al jurista e investigador leonés Alfonso García Melón a museos y archivos de Sevilla, Cádiz, Génova e incluso Nueva York. Análisis e itinerarios que le condujeron a una resolución inquebrantable. «Te diría que esto va más allá de una mera opinión o de un estudio, es ya una convicción».

Y esa convicción es la de que en la iglesia de Santa Marina la Real, en el casco viejo leonés, duerme una obra perdida del pintor español que mayor fama alcanzó en el siglo XVII: Bartolomé Esteban Murillo. El cuadro se encuentra en el extremo derecho del crucero, carece de marco, tiene el bastidor roto y sus condiciones de conservación son realmente malas.

«La historia de esta pintura se remonta a 1681 —expone García en un artículo que acaba de dar a conocer en Internet—. Hacia finales de ese año el convento de Santa Catalina de la ciudad de Cádiz encargó a Murillo varias pinturas que el propio pintor menciona en su testamento: ‘Estoy haciendo un lienzo grande del convento de Capuchinos de Cádiz y otros quatro lienzos pequeños y todos los tengo ajustados en nobecientos pesos y a quenta de ellos e rezevido treszientos y çinquenta pesos’».

La obra original

Ese ‘lienzo grande’ del que habla iba a presidir el retablo mayor de la iglesia con el tema de los ‘desposorios místicos de Santa Catalina’, motivo que iría acompañado por al menos dos pinturas laterales, «siendo una de ellas esta obra, la Aparición de la Virgen y el Niño a san Félix de Cantalicio», transmite García Melón. En su estudio, este notario de profesión, apasionado por la Historia del Arte, incluye algunos de los primeros bocetos —alguno atesorado en el Museo del Louvre— que el maestro sevillano realizó antes de ejecutar unas obras que no pudo concluir, «probablemente a causa de una creciente incapacidad física», indica.

Fallecido el maestro en 1682, la gran composición de los Desposorios fue concluida «por el mediocre Francisco Meneses», eso sí, «adaptado a un plan iconográfico modificado» del que quedó fuera la Aparición ‘leonesa’, apartada por San José con el Niño. Alfonso García, en abundante profusión de datos y fechas, rescata la historia de esta obra inconclusa y su probable viaje a la capital leonesa con parada previa en Sahagún, argumentando las «diversas y muy estrechas relaciones» existentes entre los talleres andaluces donde se adquirió la imagen de La Peregrina con destino al célebre santuario sahagunino «y las pinturas encargadas a Murillo por los capuchinos de Cádiz; es más que posible que fray Felipe Fernández de Caso, encargado de la compra, llevara a Sahagún la escultura acompañada del lienzo que nos ocupa, el cual podría haber adquirido en los talleres de Pedro Roldán».

El 11 de enero de 1810, prosigue García Melón, «los franciscanos abandonaron el convento de la Peregrina como consecuencia de la exclaustración decretada por José Bonaparte», y precisamente «entre 1816 y 1824, seis de estos frailes figuran como vicarios de la parroquia leonesa de Santa Marina, lo que explica la existencia en el archivo de esta iglesia del libro manuscrito Extracto cronológico de este seminario procedente de La Peregrina». «Por la misma vía que llegó el libro lo haría también la pintura de Murillo», defiende.

En cuanto a las pruebas técnicas y artísticas, el jurista leonés se detiene en la «sutileza» característica de Murillo —especialmente en la túnica de la Virgen— en comparación con la «tosquedad» de Meneses.

«El lienzo ha permanecido en el templo leonés sin haber merecido hasta ahora la atención de ningún historiador. Sin embargo, se trata de una pintura muy especial; es, como concluimos, uno de los tres lienzos en que trabajaba Murillo al tiempo de su fallecimiento y el único de ellos que ha llegado a nuestros días sin haber sufrido intervenciones de otro pintor posterior. Le salvó, probablemente, su pronto traslado a tierras leonesas, tan ajenas a la valoración de la obra de Murillo y a su mercadeo, donde quedó sumido en un anonimato que lo ha preservado pero que también ha contribuido a su penoso estado actual».

Y precisamente de su mal estado alerta García Melón enérgicamente: «Es un cuadro que está en las últimas y se perderá del todo si no se interviene ya mismo. Incluso prescindiendo de su autoría, se trata de una obra del siglo XVII», incide quien reconoce haberse topado con «cierto escepticismo» entre los círculos académicos en los que ha dado a conocer un estudio que le ha llevado cinco años de pesquisas.

«Murillo tenía un don natural para representar el cuerpo humano, y en ese aspecto lo creo superior incluso a Velázquez. Es uno de los grandes pintores españoles y en su tiempo fue famoso también a nivel internacional», recalca el investigador. Unos valores de sutileza y de exquisitez que también se encuentran presentes en esta olvidada pintura de Santa Marina la Real.

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