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Una fortaleza sin guardianes

El investigador Gregorio Fernández Castañón localiza en Palencia los guerreros perdidos del palacio de Renedo, reconvertido hoy en el Hospital de Regla pero con buena parte de su patrimonio dispersado.

Fotografía antigua que muestra el palacio de Renedo de Valdetuéjar antes de su ‘viaje’ a León, con los guerreros elevados aún sobre cada uno de los cubos pétreos.

Publicado por
E. GANCEDO | LEÓN
León

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De haber permanecido en su lugar original, el pueblo de Renedo de Valdetuéjar, en un oculto pero bellísimo rincón de la Montaña Oriental leonesa —y de conservarse más o menos indemne—, el palacio de los Prado constituiría sin duda un destino prioritario para el visitante. Una fachada imponente con el enorme escudo familiar en todo lo alto, salones y estancias, capilla, murallas rodeando el recinto... Culminado a principios del siglo XVII, era el hogar apropiado para la estirpe que había gobernado con mano de hierro estos valles desde la Edad Media, tan famosa que hasta Lope de Vega escribió una obra inspirada en ella, Los Prados de León.

Como es sabido, la mayor parte del edificio fue trasladado piedra a piedra hasta la capital leonesa para elevar con él, detrás de la Catedral, la Obra Hospitalaria Nuestra Señora de Regla, una iniciativa personal del obispo Luis Almarcha, quien lo adquirió —ya maltrecho— por 800.000 pesetas y que en 1964 encargó a Juan Torbado el proyecto de reconversión en hospital. A la tercera fue la vencida, ya que antes había intentado instalarlo en el nuevo santuario de La Virgen del Camino (se negó en redondo el arquitecto Coelho de Portugal) y hasta la Diputación había tenido intención de usar su fachada para ‘decorar’ el nuevo Conservatorio de Música que se construiría en el solar del antiguo e histórico Hospicio.

Por el camino, mucho del valioso patrimonio del palacio quedó dispersado a los cuatro vientos, tal y como cuenta Gregorio Fernández Castañón en el último número de la revista que dirige, Camparredonda. El escritor e investigador leonés se ha fijado sobre todo en las singulares figuras que custodiaban el recinto, dos soldados a los que se daba por perdidos y que este autor ha localizado presidiendo la entrada al castillo de Ampudia (Palencia). «Lo de los guerreros era casi una obsesión para mí —relata a este periódico—. Miraba las viejas fotografías y me ponía a pensar qué habría sido de ellos. Algunas tallas de la portada del monasterio de Eslonza terminaron en lugares tan inverosímiles que avergüenzan, pero yo quería creer que los guerreros de este palacio no habrían tenido tan mala suerte. Al final, a fuerza de llamar aquí y allá, una persona me habló de un anticuario que, a su vez, había vendido diversos objetos a Eugenio Fontaneda, del ‘imperio’ de las conocidas galletas de Aguilar de Campoo. El señor Fontaneda había restaurado el castillo de Ampudia para depositar en él sus colecciones arqueológicas y etnográficas, así que buscando imágenes de ese lugar apareció una del empresario posando justamente delante de uno de nuestros guerreros».

Pero las ‘joyas’ que atesoraba el palacio eran de calado aún mayor. «Por ejemplo, no me creo que la talla del evangelista San Marcos, perteneciente a la escuela de Gregorio Fernández y procedente de la capilla del palacio, se cayera en su traslado y se destruyera, como se ha dicho. Con más de dos metros de altura, ¿se destruyó toda ella?; ¿se convirtió en polvo o se evaporó?», se pregunta Fernández Castañón, quien en otro número de su revista analizaba un caso muy parecido, el de la fachada del monasterio de San Pedro de Eslonza, hoy reubicada en la iglesia de Renueva.

«La historia del traslado a León de estos dos edificios señeros fue parecida y el ‘culpable’, en ambos casos, resultó el obispo Almarcha. En mi opinión, un grave error que jamás se va a poder subsanar, ya que a la hora de ‘plantarlos’ no tuvieron en cuenta sus raíces y tan sólo, pese a quien pese, son árboles secos, muertos, sin sentido».

Y así, aporta este escritor y editor datos poco conocidos en el proceso de elevación de la Obra Hospitalaria, como la demolición tanto de varias casonas existentes en ese espacio del casco viejo leonés como la destrucción «de una parte de la muralla para abrir una nueva calle detrás del claustro catedralicio, así como la apertura en la muralla del paso peatonal y el acceso para ambulancias».

Pero, ¿no ha sido este curioso ‘viaje’ de Renedo a León la forma de evitar que el edificio acabara siendo pasto del olvido y la ruina? A este respecto, el director de Camparredonda lo tiene claro: «No hay que olvidar que el palacio de Renedo (también el monasterio de Eslonza estaba protegido) había sido declarado Bien de Interés Cultural y nada se hizo para conservarlo ‘in situ’. En cualquier caso, soy de la opinión de que más vale una ruina con alma a la intemperie que ser los dueños de ‘otra cosa’, nadie sabe qué, cubierta por el ego personal de un dios de barro».