Cerrar

CULTURA

«Si realmente quieres escribir algo bueno debes ir a tumba abierta»

Hace dos años, el escritor Miguel Paz dejó, literalmente, de respirar. La enfermedad le despojó de todos los sentidos, excepto del sentido del dolor. Esta comunión con el sufrimiento alumbró ‘Oración de la negra fiebre’, un poemario poderoso y conmovedor que le devuelve a la vida

El novelista y poeta leonés Miguel Paz Cabanas

Publicado por
CRISTINA FANJUL | LEÓN
León

Creado:

Actualizado:

Miguel Paz Cabanas acaba de publicar Oración de la negra fiebre, un poemario en el que se desnuda para mostrar la indefensión ante el dolor y la comunión con los que sufren. Editado por Eolas, esta tarde se presenta en el Instituto Leonés de Cultura. Le presenta Alberto R. Torices, que cierra el poemario con n emocionado epílogo.

—¿Qué le lleva a desnudarse de esta manera? ¿Dónde queda el pudor?

—Escribir siempre es enseñar el alma, especialmente en poesía. Pienso que si realmente quieres escribir algo bueno y sincero debes ir a tumba abierta. Las mejoras obras son aquellas que entregamos sin censuras morales ni estéticas.

—¿Qué supuso para usted volverse tan indefenso y fragil?

—Un asombro tremendo y doloroso; el descubrimiento de la crudeza de mi propia vulnerabilidad me dejó, literalmente, anonadado.

—¿Alguno de los versos del libro surgieron durante la enfermedad?

—Vinieron todos después, creo como una forma de catarsis.

—Dice Alberto R. Torices que antes de perder el habla, le oyeron decir que se sentía como enterrado en un ataud de carne.

—Es una licencia poética tomada, precisamente, de uno de los versos del poemario. Pero hablamos mucho de mi enfermedad y es posible que en algún momento, antes incluso de trasladarlo al papel, se lo manifestase en alguna conversación.

—¿En qué medida le cambió la perspectiva vital la enfermedad?  

—Me tomo la existencia con más calma, relativizo mucho las cosas y trato de dirigir mis esfuerzos a lo que realmente me importa: disfrutar de la amistad y el amor de un puñado de personas, tratar de ser más afectuoso, gozar de asuntos que pueden parecer insignificantes, concentrar mi atención en pequeños-inmensos placeres… Es un afán, claro, no todos los días son fáciles ni agradables, pero he aprendido a luchar por ello. Merece la pena.

—Y, más importante, ¿en qué medida te cambió la perspectiva literaria? ¿Ha cambiado su relación con las palabras? 

—Siempre he estado obsesionado con el reto de buscar la belleza y la claridad en mis textos: después de esa experiencia, se ha intensificado. Y, dado que me costó volver a escribir físicamente, creo que me acerco a las palabras, a su elaboración, con más placer.

—¿Se ha modificado su manera de expresar el mundo?

—Que haya empezado a escribir poesía con más dedicación es fruto de lo ocurrido. Y la poesía te exige ver el mundo de otra forma: sin máscaras ni filtros, a pecho descubierto, con, digamos, mayor dosis de pureza y sensibilidad. Pero también trato de reflejarlo en mis relatos: intento que sean más profundos y sinceros.

—¿Qué lecturas tuvo después de pasar el trance?

—Fíjate, no recuerdo una lectura en especial, un libro que persiguiese para, no sé, descifrar o asumir lo que me había pasado (he de añadir que, en general, los libros de autoayuda me parecen una estafa o una pérdida de tiempo). Lo que sí he aumentado es mi exigencia a la hora de abordar una obra: ahora sí que me doy cuenta de que no podré leerlo todo y que me he vuelto cada vez más selectivo.

—¿Cuánta hermandad hay en el sufrimiento? ¿Perdura o se termina con él?

—En los hospitales se crea una alianza invisible y extraña entre los enfermos. A algunos apenas aciertas a conocerlos fugazmente, pero siempre queda flotando en el aire la solidaridad de los vencidos: cada uno lleva su batalla como puede y reconoce en sus miradas las heridas de los demás.

—¿Cómo fue el regreso a Itaca? ¿Ha logrado matar a los negros pretendientes del desánimo o no se termina de regresar jamás?

—Creo que ya nunca regresaré a Itaca, que nunca volveré a ser el mismo. No es autocompasión; a veces me embarga una tristeza inexpresable, me quedo absorto, distraído, como si todavía acabase de salir del hospital y mirase el mundo desconcertado. Bueno, solo suele durar unos minutos. Luego me levanto y camino.

Lugar: Instituto Leonés de Cultura.

Hora: 20.00 horas.