Diario de León
Publicado por
RAFAEL SARAVIA
León

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E n algún momento, Galdós dijo: «Dichoso el que gusta las dulzuras del trabajo sin ser su esclavo». Nosotros supimos levemente de qué hablaba cuando a finales de los 90 y principios de este siglo, España, sin saber muy bien por qué o de dónde, ejerció una escala inaudita de sueldos y trabajos donde la dignidad laboral fue ganando enteros. Luego se dieron cuenta de que a ese ritmo, no era factible soportar una realidad económica que prima los beneficios de la empresa en detrimento de quienes la conforman: los trabajadores.

Fue también entonces, cuando el trabajo público pasó de ser motivo de risa (muchos obreros se reían de sus compañeros de la administración pública porque éstos últimos ganaban mucho menos que en la privada) a motivo de ira (de repente, ser mileurista pasó de ser un apelativo denigrante a formar parte de la clase acomodada). Para ello, para frenar esa opinión tan infundamentada de los trabajadores públicos, se empezó a recortar salarios, subir horarios, eliminar beneficios sociales y demostrar que si la función pública podía empeorar las condiciones laborales, la empresa privada tenía más motivos aún.

Desde entonces, el trabajo no ha dejado de ser eso; un camino que de nuevo lleva a la esclavitud. Y el ejemplo que suponía el trabajo público para el resto de empresas, como garante de las condiciones mínimas de bienestar laboral, se ha destrozado sin apenas resistencia por parte del pueblo.

Pero no ha de ser así. La Unión Europea, a través de un informe de la Agencia Europea por los Derechos Fundamentales, reconoce que la explotación laboral grave está siendo un fenómeno preocupante en países como España.

Mientras, escuchamos el eco de los gobernantes: se está creando empleo, la economía sube... hay una recuperación visible... Pero la realidad, la que muestra este informe europeo, es que en España los contratos que vienen son contratos donde no se descansa ningún día, donde se trabaja sin asegurar, donde las amenazas de despido impiden que los trabajadores asuman acuerdos entre sus representantes —los sindicatos— y la patronal... donde la inspección laboral se centra en nimiedades de los autónomos mientras las grandes empresas negocian a la baja las condiciones laborales de sus empleados sin que el gobierno haga nada... Y todo ello, para alegrar de nuevo esas cifras macroeconómicas que nada tienen que ver con nuestro trabajo diario.

Lo último en nuestra comunidad, ha sido privatizar el desempleo. Una vuelta de tuerca al más puro estilo caciquil. Ahora las citas para conseguir empleo vienen de la mano de subcontratas —y no sólo del ECyL— a las que ceden datos públicos contraviniendo la ley de protección de datos, a un personal no cualificado para determinadas tareas y que ejercen la coacción muchas veces.

Creímos que el economista Henry George se había quedado desfasado, allá por el siglo XIX, cuando dijo> «El hombre que me da trabajo, al que tengo que sufrir, este hombre es mi dueño, llámelo como lo llame». Pero si no hay cambio de concepto, seguirá más vigente que nunca.

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