Aún quedan cientos de estelas escondidas en la muralla
Desde que se inicia la puesta en valor de las inscripciones en el Renacimiento, pero especialmente desde el siglo XVIII, la muralla leonesa viene aportando un goteo continuado de «textos», que debidamente valorados tienen una importancia excepcional. Con los condicionantes de la climatología o de historia, siempre plagada de sucesos destructivos. El soporte de la piedra ha venido a ser uno de los pocos que nos podíacustodiar la memoria de individuos y acontecimientos comolos que nos ha legado la muralla de León.
Se sabe que no hay emperadores, ni grandes estadistas, ni generales o funcionarios sino que el «elenco de legajos» que constituyen las lapidas, recogen la memoria de una mínima parte de la población de la cannaba. Sólo a una cincuentena de privilegiados les toco en 2010 emerger a la memoria de la historia, sin duda merecedores de ella, como sostenedores del campamento, pues esos anónimos libertos y esclavos facilitaban y sostenían su vida diaria. Se trata en la mayoría de los casos de indígenas del entorno del noroeste hispano, a juzgar por sus nombres.
La muralla continúa albergando al menos varios centenares de inscripciones que siguen aguardando la ocasión propicia para resolver algunos de los enigmas de la época del origen de la ciudad y de la antigüedad del noroeste y de las provincias hispanas. No hay que olvidar que apenas se sabe nada por ejemplo de sus cuadros militares (futuros estadistas, que en algunos casos, tras pasar por Legio, Roma devolvía como magistrados o gobernadores). Y es que, de todos los interrogantes que encierra el origen de la ciudad de León hay una información prácticamente nula sobre su vida durante el Bajo Imperio romano, fuera de algunos indicios arqueológicos.