un aviador sin memoria
Aquel piloto omañés al que no dedicaron ninguna calle
Antonio González Flórez cayó junto a uno de los aviones más icónicos y misteriosos de la II República, el ‘Aquí te espero’.
Por su elegancia, su atractivo porte y sus casi dos metros de altura, Antonio no podía evitar llamar la atención cuando caminaba por las calles de Madrid. Sobre todo entre las viandantes femeninas. Y era fuerte también este omañés nacido en el pueblo de Socil en 1912: cuando volvía a casa siempre acostumbraba a echar una mano en la fragua familiar de El Castillo, de donde era su padre y donde se habían establecido. Y era también tenaz, obstinado, muy trabajador el leonés. Apasionado del aire, cursó muchas horas de vuelo en la vida civil y su alto coste lo solucionaba en parte acarreando maletas en el madrileño Hotel Gran Vía.
Antonio González Flórez murió el 25 de septiembre de 1936 en un secarral cercano a Villamiel de Toledo en unas circunstancias dignas de la mejor película bélica —o de una novela histórica bien trufada de intrigas políticas y azares asombrosos—, y desde entonces nadie ha venido a reivindicar de forma pública la memoria y los afanes de este intrépido omañés. Eso sí, uno de sus descendientes, su sobrino Octavio Enrique García González, lleva diez años reuniendo pacientemente las hilachas de un tejido singular con el objetivo de arrojar luz sobre aquella historia de luces y sombras, de coincidencias que quizá no sean tales, y ante todo de dejar claro que fue una persona que luchó en favor de la Constitución y del orden legal en la España de entonces y que falleció con sólo 24 años de modo ciertamente sobrecogedor.
Tercero por la izquierda en la foto superior, González Flórez. O.E.G.
A Octavio Enrique García pertenecen las pinceladas ofrecidas al comienzo de este texto y también la aportación a este periódico de los hechos que rodearon aquella caída en picado. Unas circunstancias que no duda en calificar de «extrañas, coincidentes e insólitas».
Ya el propio avión en el que viajaba tenía su historia. Era uno de los 18 bombarderos Potez 540 (letra F y matrícula C/N 4219) que Francia entregó a la II República y que eran considerados verdaderas ‘fortalezas volantes’ aunque más tarde, sobre la piel de toro en llamas, demostraron escasa valía. Aquel en el que viajaba González Flórez había sido bautizado con una frase osada o premonitaria, según se mire: ¡Aquí te espero! Y alguno de esos aviones formaron parte de la famosa Escuadrilla España que organizara, con voluntarios internacionales —e incluso capitaneara durante cierto tiempo— el conocido escritor francés André Malraux.
Pero volvamos a las ‘raras’ circunstancias de la caída del Potez. Las enumera el sobrino del piloto omañés, que ostentaba el cargo de sargento piloto en aquel entonces: «Andrés García Lacalle, todo un as de la aviación republicana, había recibido la orden de escoltar el ¡Aquí te espero! con su Loire 46.C1, pero al intentar despegar sufrió un fallo mecánico que se lo impidió. Lo intentó de nuevo con un Fury y tampoco lo consiguió... ¿Demasiada y sospechosa mala suerte?», se pregunta. Y prosigue: «Por lo tanto, el ¡Aquí te espero! , un bombardero que debía viajar al frente acompañado de cazas, se tuvo que dirigir, solo, a su objetivo de la confluencia del Tajo con el Alberche, a escasos seis kilómetros de Talavera de La Reina». Y comienza aquí el acoso y el derribo.
A la altura de Villamiel le atacan los Fiat CR-32 del no menos mítico aviador franquista Ángel Salas Larrazábal (apodado ‘el carnicero de Otxandio’), de Julio Salvador Díaz Benjumea y de los italianos Gian Lino Baschirotto, Boetti y Salvadori. «El avión cae en picado y mueren instantáneamente su comandante, Joaquín Mellado Pascual, y su copiloto, Vicente Vallés Caballé, salvando milagrosamente la vida y consiguiendo salir del aparato Antonio González Flórez, Máximo Moreno Martín, Nicolás López Rodríguez y Joaquín Brea Expósito», relata Octavio García González antes de llegar al clímax de la historia.
Porque justo en el momento de poner pie el tierra, Antonio González Flórez y sus compañeros ven aproximarse a unos soldados armados, los toman por enemigos... y se suicidan todos pegándose un tiro en la sien.
«Terrible error —lamenta el investigador—. Porque los que venían a lo lejos eran compañeros suyos que venían a auxiliarles...».
Eso sí, no todos los fallecidos eran igualmente queridos para las fuerzas vivas del momento. Entre sus nombres estaba el del teniente Máximo Moreno, oficial muy popular en el cuerpo de Guardias de Asalto y a todas luces participante en el polémico asesinato del diputado conservador José Calvo Sotelo el 13 de julio de 1936 en represalia por la muerte del teniente Castillo, buen amigo suyo —y para muchos, un suceso que constituyó el detonante último de la guerra—. «Soy de la opinión personal que la decisión de poner fin a sus vidas partió de Máximo Moreno, ya que éste había dicho varias veces que a él nunca conseguirían cogerle con vida las tropas de Franco», añade el sobrino de González Flórez.
Tan conocido era que recibió «un funeral de auténtico lujo» por las calles de Madrid al que asistieron numerosas personalidades militares y civiles, y mereciendo incluso una amplia necrológica en el diario ABC.
Un cadáver desconocido
Y aunque al día siguiente del suceso Antonio González Flórez fue ascendido a teniente piloto según consta en el listado oficial de ‘Recompensas de la Aviación Republicana’, «del resto de los cadáveres no se volvió a saber nada», expone Octavio Enrique García, quien descubrió esta historia familiar de forma prácticamente casual y a quien mueve también el afán por conocer dónde se encuentran los restos de su tío.
Tanto es su interés que hasta la imagen principal de su perfil en Facebook está presidida por el retrato de González Flórez (que también consta como Flores en algunos documentos, lo que cual obstaculiza algo más la investigación). De hecho, este omañés dedicado profesionalmente a la Sanidad lanza un llamamiento para recabar cualquier nuevo dato relacionado con el piloto de Socil.
«Yo creo que Antonio González Flórez se merece, por lo menos, una calle en Riello con su placa conmemorativa, o un homenaje de reconocimiento, ya que pertenecía al bando legítimo y entregó su vida por la libertad y por la democracia», opina, y deplora que en todo este tiempo no se haya celebrado o materializado ningún recuerdo, tributo o aparición en prensa generalista —más allá de los artículos especializados plasmados por él mismo— en torno a esta figura.
Antonio González Flórez estaba destinado en la escuadra número 1 del Aeródromo de Getafe que mandaba el comandante mayor Alfonso Fanjul Goñi y el teniente coronel de Intendencia Antonio Camacho Benítez, y la acción del ¡Aquí te espero! en la que perdió la vida tenía el objetivo de bombardear determinadas posiciones de las tropas franquistas en la provincia de Toledo.
Y otra circunstancia insólita del suceso reside en el hecho de que, a pesar del terrible impacto que sufrió contra el suelo, no llegaran a explotar las cuatro bombas que llevaba la aeronave, ya activadas porque se estaban acercando a la confluencia del río Tajo con el río Alberche, meta final de los explosivos.
Paradojas de la investigación, ha tenido que ser un periodista e historiador italiano, Furio Anderle, quien mejor ha detallado la historia del leonés Antonio González Flórez y del derribo del ¡Aquí te espero! Lo describe muy minuciosamente en el número 120-121 de la Revista española de historia militar, que Octavio Enrique García González descubrió «de manera providencial y sobrecogedoramente fortuita» cuando comenzaba a reunir datos para un artículo que pensaba escribir sobre su tío ‘el aviador’ sin sospechar hasta dónde podía llegar el fondo de la historia.
Un trozo de fuselaje
Por contra, en el Archivo General de la Guerra Civil de Salamanca, hoy Centro Documental de la Memoria Histórica, no hay entradas sobre el teniente piloto omañés, aunque sí reposa un curioso testigo de su último viaje en el Museo Aeronáutico de Cuatro Vientos (Madrid): un trozo de fuselaje del ¡Aquí te espero! que recogió como trofeo de guerra el capitán atacante, Ángel Salas Larrazábal —laureado piloto franquista que, además de en el conflicto español, se integró en la División Azul del ejército nacionalsocialista alemán—, que se lo entregó al coronel Larrauri quien a su vez lo donó al citado museo.
El volumen de datos técnicos y de consultas en instituciones y archivos especializados que lleva Octavio Enrique García acumulados es muy notable. Apenas puede hablar del ¡Aquí te espero! sin decir que «llevaba dos ametralladoras Darne de 7,5 milímetros en morro y en vientre, y en la torre giratoria dorsal, otra ametralladora Lewis MK.III, también de 7,5 milímetros...».
Ni sin aventurar que, bien pensado, el nombre de ¡Aquí te espero! lo pintase el omañés, pues «se le daba muy bien el dibujo».