Diario de León
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minorías absolutas rafael saravia
León

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Estos días azules, y este sol de la infancia», decía con la paz contenida en un papelito el poeta Antonio Machado cuando ya se había conciliado con la vida y sus tránsitos. Uno de nuestros grandes pensadores en el ámbito poético, un humanista en toda regla, celebra esta semana ese sol de la infancia que no es más que el tesoro real que uno posee. Un 22 de febrero se dejaba descansar a sabiendas de que lo importante se resume en muy poco.

Estos días también nos deja otro pensador, controvertido, volcado en sinceridades que no siempre tenían que ser contrastadas por lo políticamente correcto y sus mecimientos sociales. Umberto Eco, nacido en la ciudad de Alessandría –como rememorando esa Alejandría que salvaguardaba el saber humano- en el Piamonte italiano, murió este viernes pasado y dejó un hueco enorme en su solidez dialéctica.

Amante de los saberes y sus oscuros artificios, dibujó como nadie a nivel ficcional novelas con una riqueza inusual en estas épocas de consumo voraz y despreocupado. El nombre de la rosa lo izó como novelista y en ese libro ya depuró maravillas del lenguaje y diestros guiños a grandes de la literatura universal. La belleza y la fealdad cobraron definición también con este humanista.

Son tiempos en los que una pérdida como la del maestro Eco no ha de significar otra cosa que el regreso a su legado. El descubrimiento permanente que uno hace de sí mismo en el lenguaje, las posibilidades de nombrar con mayor eficacia lo denunciable y la condición humana, son nuncios que este hombre ha perpetuado en sus escritos para acabar con el facilismo y su corriente que aplana, que no deja crecer.

Nos deja un buscador. Porque eso es lo que acaba siendo el hombre que no teme a las preguntas, aquel a quien lo irreverente no le asusta si está argumentado con solvencia. Nos deja un verdadero explorador de la inteligencia.

Umberto Eco, al igual que las grandes dicciones, tenía una ciencia en la que ahondaba con tanta vehemencia como la propia semiótica. Era -es- uno de los grandes Sátrapas Patafísicos que coronan lo impropio en favor de la cuestión no encontrada. Eco pertenecía a tres grandes Institutos o Colegios Patafísicos. El Colegio ‘pater’ de todos los existentes, el de París; también el de Milán y, con orgullo para este servidor, formó parte del Institutum Pathafísicum Granatensis, al cual tengo el honor y nada de horror de pertenecer.

Eco ennobleció sin pulimiento alguno y con agradecimiento y camaradería el IPG con los cargos de Sátrapa Honorífico, Comendador Exquisito, Regente de la Cátedra de Calimorfismo Borgiano y Holmesiano, Protodatario de Cacopedia Tomista y Bondología Piamontesa. Una experiencia que Ángel Olgoso, Rector del IPG, nos recuerda con la emoción del que comparte un secreto inservible pero vital para la concepción de lo importante.

Nos despedimos de un sabio con la recámara cargada de sus textos. No lo divinizaremos, como él mismo dijo una vez: «Sabiduría no es destruir ídolos, sino no crearlos nunca». Pero la memoria da fe.

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