El daño
El dolor enseñaba que una forma, aunque opaca, puede ser luminosa. Así descifra Luis Cernuda la puerta giratoria del dolor y sus daños adyacentes.
El daño asumible tiene vínculo con lo físico. Tal es así que la acepción de daño como sentimiento de pena o tristeza no la recoge el diccionario hasta su cuarta acepción. El daño que se genera por dolo, por voluntad y manifiesto, siempre es un daño unidireccional que apenas roza el dolor en la parte que lo ejerce. Pero existe un daño mucho más doliente... el daño por culpa.
La culpa y sus recintos han hecho en la humanidad más daños –y más profundos- que todos los registrados como catástrofe autoritaria. Hace muchos años practiqué someramente un arte marcial que me fascina, el aikido. El gran maestro Morihei Ueshiba, tenía una máxima que siempre me fascinó: Herir a un oponente es herirte a ti mismo. El arte de la paz es controlar la agresión sin producir daños.
En nuestras relaciones, el control de la agresión y sus consecuencias está tan poco interiorizado, que apenas somos conscientes del vehículo que supone el dolor y sus daños en nuestras vidas. Relegamos el conocimiento y comprensión del daño como algo fatídico. No asumimos que nuestra vida, nuestros sentimientos, crecen en torno a esa curva vital que supone lo feliz y sus metamorfosis.
Somos cultivadores de miedo y asociamos patentes occidentales a una realidad sin remedio. El miedo al daño nos hace estáticos. No aceptaremos jamás cambios si no nos atrevemos con valentía a errar, a asumir el daño como fenómeno imprescindible para el avance y el cambio.
Recuerdo una anécdota de José Carlos Somoza, dicta más o menos así: El daño y el dolor: ellos son los verdaderos enemigos de la humanidad, no la muerte. No se trata de ser inmortales sino de ser indemnes, ya que, siendo indemnes del todo, podríamos evitar la muerte hasta el mismísimo instante en que morir se nos antojara también placentero. Valga como ejemplo, esta fábula: el vampiro le dijo un día al cadáver: «yo vivo para siempre y tú estás muerto», y el cadáver respondió: «sí, pero yo ya no sufriré daño jamás». Y se rumorea que el vampiro, desde que oyó tal respuesta, está vagando por el mundo pidiendo que lo maten.
La única manera de asumir parte de esa condición de indemnes —sólo parte. Ser indemne es antagónico a la condición de ser humano— es conciliar desde el principio la actitud humana en torno al daño y su realidad. Una vez que asumamos esa condición como parte de nuestra cultura, y eduquemos desde niños en el conocimiento de esta verdad, la sociedad, nuestro entorno, tomaría decisiones mucho más fácilmente sin miedo a la culpa y sus vertebradas espinas.
Decía la escritora Concepción Arenal, que «el dolor es la dignidad de la desgracia».
Siempre seremos daño. Aún sin la pretensión de ejercer esta realidad.