TESTIGO DIRECTO
Revolución Rolling en La Habana
La mítica banda británica. hace historia en la capital cubana con un concierto gratuito que congregó a más de medio millón de personas
manuel félix | enviado especial a la habana
Los Rolling Stones desembarcaron en La Habana y una nueva revolución está en marcha. Lo nunca visto, lo pocas veces imaginado en la Cuba de los hermanos Castro, es ya una realidad histórica.
La mítica banda de Mick Jagger, Keith Richards, Ronnie Wood y Charlie Watts congregó a más de medio millón de vidas para escuchar sobre la hierba de la Ciudad Deportiva su rock prohibido durante décadas. En una misma semana se fue Obama y los Stones tomaron el mando de los nuevos vientos que acarician la isla. A la foto del Che le colocaron el icono de los morros de Jagger con la lengua fuera y las camisetas para lucir en el pecho esa simbólica fusión de comunismo y capitalismo se pagaron en los puestos a 20 euros al cambio. Ni Fidel dijo «mu». Lo dijo su hermano Raúl, que como mandatario político firmó la factura de la fiesta en la que nadie pagó nada por entrar. Gratis.
El líder de ‘sus satánicas majestades’ gritó en un español macarrónico: «¡Buenas noches, mi gente de Cuba!». Y Jagger habló al pueblo como el que se sabe escuchado: «Estamos seguros de que ésta será una noche inolvidable; sé que ha sido difícil pero pienso que finalmente los tiempos están cambiado, ¿es verdad, no?». Miles de gargantas respondieron que sí.
El tema Jamping jack class abrió concierto y Jagger se puso parlanchín. «Lo estamos pasando muy bien aquí en La Habana; anoche fuimos a la embajada británica, tomamos güisqui y comimos patatas, arroz y frijoles; pero lo más rico fue bailar rumba cubana en la Casa de la Música». El concierto avanzaba con los temas clásicos y Jagger y no dejaba de hablar español. «Gracias a Cuba por toda la música que ha regalado al mundo», dijo. Y los cubanos más jóvenes coreaban las dos vocales que se suelen escuchar en los estadios de fútbol tras un partido ganado: «¡Oéé, oé, oé, oééé. Oéé!».
Como si de un gesto de agradecimiento se tratara, Jagger se caló la gorra del Che e hizo sonar una guitarra española.
Es un tópico decirlo pero está claro que no pasan los años por los cuatro de los Stones. Jagger, a sus 71, no dejó de bailar con esa candencia que los cubanos llaman «zumbao». Sus arrugas no eran visibles desde lejos pero es cierto que tiene menos que el resto de los mortales. Aunque la culpa la tenga el bisturí. Keith Richards derrochó pasión y sonrisa blanca de dentadura africana. Ronnie Wood parecía ir a su bola, daba botes de un lado para otro con la guitarra poniendo cara de póquer. Y Charlie Watts, en su línea de hombre sereno. Acariciaba la batería sin dar signos de la más mínima emoción. La procesión iba por dentro.
De allí no se movió el medio millón largo de almas durante las dos horas y media de espectáculo musical y simbolismo. Esperaban la guinda, lo que todo el mundo le pide al famoso. En este caso el Satisfecho.
Entonces, cuando sonaron esos potentes acordes, con una puesta en escena y de sonido impecable, todos parecían enloquecer gritando en inglés lo «satisfechos» que estaban. El cambio aperturista parece imparable en Cuba. No hay muchos roqueros en este espacio del Caribe pero los que hay salieron de su agujero. Sin miedos.
Arturo Reinaldo Rodríguez Lugo tiene hoy 52 años y acudió al concierto con su hijo Ayorny, de 20. Se crió en Bauta, en zona rural. Arturo conserva su melena canosa, esa que cuando era negra le echaba grasa para ponerse los pelos de punta. Cuenta que en los 80 lo arrestaron por tener una antena de 15 metros con la que captaba la señal de radio en FM. Le enviaron los planos desde EE UU y él la construyó con el ingenio propio que da la escasez. Le acusaron de conspiración política por escuchar música y le desmantelaron el invento. También lo expulsaron de clase en aquella estricta Cuba de influencia soviética. Pero, pese a los castigos, Arturo Reinaldo no renunció a sus gustos musicales y estéticos del rock. Ayer, delante del altar de los Rolling, casi lloraba. Su hijo le tranquilizaba con palabras que llaman la atención en un veinteañero: «Hay una Cuba nueva, que es hija del aperturismo».
Pedro Antonio, de 54 años, otro roquero de Santa Clara que acudió el concierto con el pelo pintado de verde, confesaba que en estas últimas décadas sufrió por la música que llevaba dentro: «Lo pasé muy mal pero estoy disfrutando. Hoy es mi día».
Renier, de 35 años, llegado de Guanabacoa, abrazaba una bandera española y al preguntarle por los Rolling, recalcaba que un concierto como el vivido «cambia a un país, las generaciones y los tiempos».
Son las once de la noche de un Viernes Santo en La Habana. Cinco horas antes, por culpa del cambio horario, en la provincia de León las calles han estado llenas de procesiones y en La Habana ‘sus satánicas’ mantienen el rugido sobre un escenario que entra en 60 contenedores.
Al salir del concierto, el ritmo de la administración cubana parecía inmutable a esos nuevos tiempos. Un ejemplo: para transportar al medio millón de personas a sus casas y hoteles no había más de cuarenta autobuses. Sólo faltaba el cartel de «¡búscate la vida. Estás en Cuba!». Por Radio Reloj, la emisora oficial, sólo a la mañana siguiente se tenía conocimiento de los Rolling en una escueta crónica. Eso sí, favorable al evento.
Los cubanos que se quedaron en casa amanecieron ayer sábado con cierto cabreo de no poder ver por televisión lo que todos califican de concierto histórico. En la isla de la que acaban de despedirse los Obama y los Rolling ha empezado otra revolución. El futuro es presente.
El público llegó de toda la isla y también de fuera. A.E/MASTRASCUSA