JULIO LLAMAZARES
«El Quijote hay que leerlo como lo que es, una novela de humor»
e. gancedo | león
Autor con mucha tierra en los zapatos y mucha agua en la memoria, al leonés Julio Llamazares le encargaron un día que siguiese las huellas enardecidas y brillantes de don Alonso Quijano y escribiese sobre los paisajes y los personajes que encontrara por esos tan ibéricos caminos. Halló un país cervantino y extraviado, de tremendos contrastes y surreal filosofía, y el resultado es El viaje de don Quijote (ed. Alfaguara), que hoy a las 20.00 horas en la librería madrileña El Buscón avanza, acompañado de quijotescas viandas, el autor de Vegamián.
—Entiendo que estamos ante el resultado, reunido en forma de libro, del viaje que emprendió junto a Navia siguiendo los pasos de Don Quijote... ¿Encargo directo del periódico o empeño personal suyo ?
—Sí, fue un encargo de El País. En 1905, coincidiendo con el tercer centenario de la publicación de la primera parte del Quijote, Manuel Ortega, padre de José Ortega y Gasset, que dirigía el periódico El Imparcial, le encargó al entonces joven Azorín que recorriera los escenarios de la novela de Cervantes y le escribiera una serie de crónicas. El resultado fue el libro La ruta de don Quijote, un clásico ya de nuestra literatura. El verano pasado, coincidiendo con los 400 años de la publicación de la segunda parte del Quijote en 1605, El País me encargo algo parecido. Aunque, a diferencia de lo que le sucedió a Azorín, a mí no me dieron un sobre con dinero y un revólver para defenderme de los bandoleros. Por fortuna para nosotros hoy hay tarjetas de crédito y los bandidos están en otros lugares, no en los caminos de Sierra Morena. El resultado de mi trabajo, que, al revés que el de Azorín, abarca, además de la Mancha, Aragón y Cataluña, por donde también ‘viajó’ don Quijote, pues yo hice el viaje en coche y no en carro como él, fueron los treinta artículos que ahora se recogen en este libro, con ilustraciones en lugar de con las fotos de Navia de las que aparecieron acompañadas en el periódico.
—¿El Quijote puede leerse y seguirse como si de una guía o libro de viajes se tratara? ¿Los pueblos y lugares son los mismos que hace 400 años o la cartografía quijotesca es difusa y mero soporte de las andanzas del señor Quijano?
—Puede, pero de un modo completamente arbitrario. Lo primero de lo que yo me di cuenta cuando comencé a planificar mi viaje es que, contra lo que creía y contra lo que la gente cree normalmente, Cervantes en el Quijote apenas nombra lugares y los que nombra tampoco son muy exactos. Fuera del pueblo de Dulcinea, El Toboso, de Puerto Lápice y de la cueva de Montesinos, Cervantes apenas cita una docena de sitios y lo hace, además, de un modo impreciso. No digo ya lo del lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiere acordarse, que curiosamente ahora se atribuyen todos. En realidad, el paisaje del Quijote es una geopoética, una topografía imaginaria que cada uno puede plasmar en el mapa como le parezca. Pueblos nombrados aparecen pocos y ciudades dos: Zaragoza, en la que don Quijote y Sancho no entran para dejar claro que Avellaneda, que sí les hizo visitarla, es un impostor, y Barcelona, la ciudad a la que Cervantes dedica más elogios («flor de las ciudades del mundo, albergue de peregrinos», etc.) y donde don Quijote cae derrotado por el caballero de la Blanca Luna, con lo que vuelve definitivamente a su aldea. Todo lo demás: pueblos, ventas, lugares, campos, caminos, pertenecen a la imaginación de Cervantes, por lo que es imposible determinar (aunque muchos tratan de hacerlo) si don Quijote fue por aquí o por allá.
—¿Encontró mucha referencia popular a esta grandiosa obra y a su autor o lo que hay es más bien museo, centro de interpretación y casona remozada dirigidos al turista?
—Hay de todo. En general hay mucho museo, mucho intento de aprovechar la fama de la novela, pero también lugares que permanecen más o menos puros, como antiguas ventas y los caminos tradicionales, que son los mismos de aquel tiempo.
—Anduvo por parte de esa España vacía e inmensa. ¿Qué le sugirieron todos esos paisajes y esas soledades?
—Bueno, la España del Quijote te sugiere muchas cosas. Hay soledad, pero también progreso. Hay zonas ricas y pobres. Ya te digo que, aparte de la Mancha, don Quijote ‘viajó’ por el valle del Ebro y por Cataluña.
—Alguna frase quijotesca o cervantina que escuchara de boca de algún paisano o paisana, y que bien podría haber incluido don Miguel en su obra...
—Te cuento una, pero no es de un manchego, sino de un gallego de A Fonsagrada, en Lugo. Estaban dos en un bar ya de madrugada, los dos ya un poco borrachos, y en un momento dado uno le dijo al otro: «Mira, Fulano, si te dijera la verdad te mentiría»… Eso es puro Quijote, pura literatura de ficción.
—Tan sagrado que ni nos atrevemos a tocarlo, así es ‘Don Quijote de la Mancha’ para un país tan poco lector como éste, ¿verdad?... ¿Cervantes acertó en el Quijote a condensar el alma desazonada, turbulenta y fingidora de este país?
—Lo peor que le ha pasado al Quijote es que se le ha sacralizado, lo cual, lejos de acercarnos a él, nos lo aleja. Yo siempre digo que el Quijote hay que leerlo como lo que es: una novela de humor. Así por lo menos la escribió Cervantes. Y sí, éste acertó a condensar el alma de España en esa novela. Pero también lo hizo en otras o?bras. Por eso es nuestro escritor más universal.