Diario de León

Cayetano y Duposito salvan la tarde en la plaza de Padilla

Lluvia de trofeos para premiar el esfuerzo de los toreros ante un encierro con escasa casta de Núñez del Cuvillo Sólo Manzanares salió a pie tras dejar muestra de su clase.

Manzanares, muy torero, no tuvo suerte ni con el lote ni con los aceros. JESÚS

Manzanares, muy torero, no tuvo suerte ni con el lote ni con los aceros. JESÚS

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maría j. muñiz | león

Se despeñaba la tarde en un aluvión de orejas y distintas formas de mansedumbre, la mayoría teñidas de bondad, cuando salió Cayetano muy dispuesto a hacerle faena al que cerraba plaza, después de intervenciones capoteras discretas. Arrancó con pases por alto a pies juntos que levantaron a los espectadores de sus asientos. Y muleteó después ligado y acompasado la alegre embestida del último ejemplar de Núñez del Cuvillo, para dejar un remate de pecho muy compuesta la figura.

Toro y torero se acoplaron desde el principio, echó Rivera las rodillas a tierra en el centro del ruedo y se arrancó de lejos el toro, que con el ímpetu y la velocidad de la vuelta propinó un achuchón al diestro. No soltó Cayetano la muleta, remató enrabietado, lanzó las zapatillas lejos y ahí comenzó el delirio de los tendidos.

Duposito, que así se llamaba el toro, fue largo y fijo en la muleta en los naturales. Se confió Cayetano y sacó el repertorio de pellizco que encantó a un público deseoso de divertirse. La faena fue a más, sacó después tandas de mano baja y remató con torería y desplantes. Concluyó el trasteo doblando la rodilla para cerrar al toro y preparó la suerte con esmero. Llegó entonces lo mejor de la faena. Una estocada recibiendo que rubricó con nota una gran faena.

Pidió el público con enorme fuerza los máximos trofeos. Sacó el presidente dos pañuelos blancos y enseguida el azul. Cesó de repente la petición, dando por sentado la mayoría que aquello concedía lo que pedían. La presidencia había decretado en cambio la vuelta al ruedo para el toro. Cuando se lo llevaron al desolladero con el apéndice se volvió a reclamar el trofeo, pero ya era tarde.

En cualquier caso, la fiesta estaba servida. Un Cayetano pletórico dio la vuelta envuelto en sonrisas, abanicos y flores.

Con el primero de su lote no anduvo con tantas confianzas. Tampoco tenía nada que ver el oponente. Antes de aparecer por chiqueros ya se sabía que se llamaba Asesino, así que la cosa no estaba para descuidos. El toro entró al caballo al relance de un capote y salió de najas con una coz de altura. Hizo Cayetano un lucido quite con lances a pies juntos rematado con bella media; y comenzó faena también muy torero, con pases por ambos pitones doblando la rodilla, muy compuestos los de pecho.

Se le coló el astado un par de veces, venía con velocidad y un viaje no siempre claro. Lo pasó el torero por los dos pitones intentando el acoplamiento, pero en cuanto le obligó un poco se quedó más corto. Optó entonces por sucesión de tandas sin demasiadas apreturas, para concluir con efectistas ayudados por alto mirando al tendido, y un desplante de rodillas ante un enemigo ya muy apagado. Se volcó en una estocada de rápido efecto y guardó las dos primeras orejas en el esportón.

Otros cuatro apéndices se llevó de León una vez más Juan José Padilla, que no se hartó de pasear la bandera pirata y la de España en las tres vueltas que dio al ruedo, la última a hombros antes de cruzar la puerta grande. La entrega del público leonés al torero jerezano, en justa compensación por la entrega y simpatía que muestra siempre, es un fenómeno que crece cada año.

Fue salir el primer toro, recibirlo Padilla de rodillas con una larga cambiada, y ya saltaron los gritos de ‘torero’. Llevó al caballo por chicuelinas al toro corretón, pero sin ganas de pelea. Salió huyendo de la puya. La faena comenzó con una tanda de rodillas entre el clamor del respetable. Cuando le enceló, el toro descubrió un viaje largo y alegre, que acompañó con ritmo la muleta del jerezano.

El ciclón

Por el izquierdo le costaba más embestir, y aunque en realidad se acobó pronto, no se libró de los circulares por la espalda y el recital de alardes (de espaldas, de rodillas, tirando los trastos) con el que deleitó a un público que cuando desembarca ‘el Pirata’ en León cambia de cara y de ánimo. Dejó una estocada trasera y atravesadilla y necesitó un descabello, pero le dieron las llaves de la puerta grande en cuanto hubo ocasión.

El que hizo cuarto se lo puso más difícil. Un manso que saltó al ruedo buscando ya la salida, se refugió en tablas en cuanto pudo y respondió reculando acobardado a cada reto que le planteó el torero. Que ni aún así le dejó escapar sin exprimirle lo poco que tenía dentro. Lo que le faltó al toro lo puso el diestro, y además en una faena larga.

Brilló Padilla en un ajustado quite por faroles y sudó en banderillas para sacar al toro de su querencia y provocar las arrancadas. Con la muleta no le dio opción. Aprovechó esa querencia con un inicio de faena sentado en el estribo que construyó después con tandas dejando la muleta en la cara del de Núñez del Cuvillo, para espantarle el instinto huidizo. Las tandas no siempre salieron limpias, pero hubo continuidad con un toro cada vez más remiso a embestir, que se tragó al final los desplantes de rigor para recibir una hábil estocada que le abrió paso a otra vuelta al ruedo lenta y triunfal, que concluyó besando el albero del coso leonés que tiene rendido, y cuyo idilio renueva cada año.

Manzanares no tuvo suerte con el lote ni le ayudaron los aceros. Al primero, que empujó fijo al caballo y recibió una impecable lidia en banderillas, sin un tirón ni un enganchón al capote del subalterno, lo toreó primero por naturales esquivando la tendencia del toro a puntear el engaño. Lo sobó hasta bajarle la mano y sacar series ajustadas, con la naturalidad y elegancia que imprime a su toreo.

Faena basada en la mano izquierda, por los dos pitones disimuló el alicantino con oficio la media embestida que tenía en realidad el noble toro. Corrió la mano, no siempre logró la deseada ligazón, pero resolvió con solvencia. Los remates, sobre todo de pecho, de una plástica admirable.

Tardó en caer el astado tras la estocada y el recital con la puntilla del subalterno (catorce veces lo intentó y dos lo levantó), que resolvió el maestro con un certero golpe de verduguillo en el suelo, dejaron el premio en una oreja más por voluntad del presidente que por petición masiva del público.

Sin opciones

Con el segundo de su lote no tuvo opción. Un inválido total que debió ser devuelto, porque ya blandeó en el capote y echó las manos por delante desde el primer momento. Empujó en el caballo y además recibió un puyazo largo, así que la faena comenzó con protestas por lo que se adivinaba como misión imposible. Protestas ante un toro incapaz de dar un paso sin claudicar que hicieron que no se diera importancia a un trasteo en el que Manzanares trató de sostener la media arrancada del oponente. Resignado, el público, benévolo, agradeció con palmas el esfuerzo. Lo cierto es que Manzanares consiguió al final mantenerlo en pie lo suficiente para sacar algunas tandas dignas. Lo mató mal, así que la cosa quedó ahí.

Fue el único de la terna que salió a pie, ovacionado. Para cuando los otros dos toreros habían dado la vuelta al ruedo a hombros y salido por la puerta grande, y estaban llegando al hotel en sus furgonetas, Manzanares seguía atrapado en el patio de caballos de la plaza haciéndose fotos con decenas de aficionados. Torero elegante y de exquisitas maneras dentro y fuera de la plaza.

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