Diario de León

El ‘Cela total’ se hace exposición

La poliédrica trayectoria del autor de ‘La colmena’ se refleja en las 600 piezas del montaje que la Biblioteca Nacional abrió ayer con la presencia del rey y a raíz de los cien años transcurridos del nacimiento del premio Nobel.

Un rincón de la ambiciosa muestra organizada por el centenario de Camilo José Cela. RAQUEL P. VIECO

Un rincón de la ambiciosa muestra organizada por el centenario de Camilo José Cela. RAQUEL P. VIECO

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p. rodríguez/ E. gancedo

madrid/ león

Del Cela in love cuando su hijo Camilo José rescata las cartas de amor, al Cela total que hay en la Biblioteca Nacional, con presencia del Rey y todo, y la Galicia institucional, hay sólo unos días de distancia. ¿Qué los une? El propio Cela, que es también el que los desune. Lo que Cela unió que no lo separe el resto, que parece una de las claves con las que manejó su vida.

O que lo que Cela unió, que no lo desuna la vulgaridad. Un poliedro vital confirmado, por tanto, como así ha querido destacar Adolfo Sotelo Vázquez, experto en el autor de La familia de Pascual Duarte y comisario de la exposición ‘CJC 2016’ inaugurada ayer, y que destaca como característica al que es también el autor de La colmena.

La cuestión es que se está ante uno de los autores más importantes en lengua hispana y hay un recepción en la que el último rey recibe al hijo, Camilo José Cela Conde, y espera en otro el lado de la biblioteca a Marina Castaño, última o primera mujer del Nobel, en ese momento en el que las instituciones se acomodan a los odios. Y todo no parece ni lamentable. Será cuestión de la literatura y las costumbres.

Y lo que se va a ver en la Biblioteca Nacional es un todo sobre el Cela español, censor y censurado, de cabo a rabo, de lo que coleccionó y de lo que se le galardonó a tiempo. Al final, la cuadratura la consigue el propio autor genial cuando denuncia la censura sin hablar de la que él practicó. Pero se puede ver un periplo en el que fue protagonista singular de una España que tenía todos los argumentos personalistas en los que Cela se movía como pez en el agua.

Y lo que se verá en los próximos días es toda un exposición en vida del autor que recorrió la vida triste para llegar a las alfombras del glamur. Por eso se pueden hasta observar los trajes de doctorado o los recuerdos de las botellas que hacía firmar a sus amigos.

Daba la sensación de que, viendo lo que se va a ver en la Biblioteca Nacional, a ese Cela con hijos y sin hijos, con Marina Castaño y sin ella, con su hijo Camilo José Cela Conde y sin él, era un Cela total lleno de tantas sombras como luces, con la sensación de que no hace falta saber demasiado para descubrir a un genio de las letras, que es lo que al final fue el autor de La colmena.

Lo que no hay, y se echan en falta, son más alusiones a los recuerdos, presencias literarias y vivencias personales que vinculan a don Camino con las tierras leonesas, que fueron muchas y variadas. La exposición se limita a constatar la etapa en la que residió en La Vecilla, recuperándose de una tuberculosis y de una anemia que a punto estuvieron de terminar con él, unidas a una tisis que por cierto le sirvió para librarse de una guerra en la que combatió y resultó levemente herido en sus primeros compases. El joven Cela medía 1,80 y pesaba 62 kilos y su parte de familia leonesa le envió a la villa del Curueño, a la Fonda Ricardo, a recuperarse. Precisamente en sus Memorias da cuenta —en unos párrafos soberbios— de los pantagruélicos desayunos y almuerzos con que se regalaba, y que incluían «tres huevos fritos con panceta, morcilla o chorizo, según los días o a elegir» y «un plato sopero de papas de harina de maíz con un dedo de azúcar encima», entre otros alimentos de una copiosidad abrumadora. «Cuando me iba a dormir me acordaba de mis padres y mis hermanos pasando hambre en Madrid y me remordía un poco la conciencia…», escribía.

La historia de Cojoncio alba

Terminó aquella estancia en febrero de 1938 y en 1973 regresó por unos días a la comarca, a las ya extintas caldas de Nocedo, para curar una afección de garganta. Aquellas temporadas en el Curueño inspiran sin duda líneas como éstas: «Yo, bien —a Dios gracias, sean dadas—, aunque más tieso que un palo en este clima que no es ni para desearle al más grande criminal», de una de las cartas, fechada en La Vecilla, que encabeza La familia de Pascual Duarte.

Porque Cela volvería muchas veces a León, a dar conferencias, a protagonizar anuncios... y a gozar de la montaña. Por ejemplo, hizo nacer en Valdeteja al bruto personaje de La colmena que puso a su hijo el nombre de Cojoncio por una apuesta. Cojoncio Alba deshonraría a la joven Dorita en un episodio en el que el Nobel de Literatura volvía a sacar su vena más cáustica: «El seminarista, que llegó a canónigo de la Catedral de León, la llevó enseñándole unas estampitas de colores chillones, que representaban milagros de San José de Calasanz, hasta las orillas del Curueño y allí, en un prado, pasó todo lo que tenía que pasar. Dorita y el seminarista eran los dos de Valdeteja. La chica, cuando lo acompañaba, tenía el presentimiento de que no iba camino de nada bueno, pero se dejaba llevar, iba como medio boba...».

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