MINORÍAS ABSOLUTAS
Celebraciones
Lo celebrable y su intención paródica. Como si la vida y sus días cabizbajos no fuesen celebrables a cada segundo. Celebramos hasta la muerte como acariciando el temor a ver si pasa de largo. Celebramos su nombre y destrucción por justificar el nuestro y nuestra destrucción. Pero celebramos, y eso, a pesar de todo, siempre será un hálito de esperanza para aquel que no cree en los olvidos y se atreve con la eternidad... o al menos su parte.
Esta semana se celebra el nacimiento de Freddie Mercury. Tal vez este recuerdo anual en redes sociales, periódicos y memorándum nos haga partícipes de la belleza sinfónica de su portentosa voz. Pero poco más alimenta a la memoria su posibilidad de cumplir 70 años en este mundo para aquel que no ha sentido la vida más llena de vida con canciones de Queen. Recordar lo no vivido es un acto cruel que nos proporciona la vida a cada instante. Recordar lo que pervive en la memoria es un acto de justicia que nos mantiene vivos como parte del tiempo convertidos en materia.
Celebramos esta semana también el nacimiento del poeta. Ese poeta que, a la manera de los más histriónicos personajes de Werner Herzog, sabe revelarse contra una estadística que le daba como perdedor hace tiempo en este juego de la vida. El poeta del que hablo no es otro que el terrible Nicanor Parra, inmenso a sus 102 años y ya trascendente de su verdad vivida. Quiere la ocasión que también esta semana Herzog hubiese querido celebrar, como generando un batallón de nacidos el 5 de septiembre para cambiar la concepción del mundo.
Freddie Mercury cumpliría 70, Herzog 74 y el maestro Parra cumple los que él quiere aunque marque su partida de nacimiento esos 102 años que él ve con total normalidad (tiempo le falta para cantar la irreverencia humana).
Sabemos que a este ritmo, nuestras maneras salvajes destrozarán el planeta pronto (todavía hay elementos irrisorios que creen que el cambio climático y nuestra incontrolable megalomanía no son unas realidades atroces), pero ello no nos quita que la celebración sea un estandarte en nuestra manera de concebir lo futurible. Los cronistas de nuestra existencia, los verdaderos contadores de nuestros logros, son hombres y mujeres que, a la manera de poetas, músicos, cineastas, pintores, etc. dejarán constancia de que una vez algo bueno surgió de esa especie aniquiladora en la que nos hemos convertido.
Tal vez el sentido mayor de todo lo celebrable resida en eso, en la trascendencia como ejemplo para el cambio. No como testimonio arqueológico. Por eso más que alegrarme por saber que Freddie Mercury ya orbita entre Marte y Júpiter (le han puesto su nombre a un asteroide), me alegro de saber que su disidencia vocal y creativa todavía puede celebrarse en la emoción de sus canciones -discúlpenme, no soy más que un aspirante a Bohemian Rhapsody-. Por eso, de celebrar, celebro ese disparo catártico, ese Dorado inalcanzable o esa mentira tan real que supone la antipoesía. Lo dicho... si no estoy mañana a esta hora, continúa, continúa... Celebra.