Diario de León
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MINORÍAS ABSOLUTAS rafael saravia
León

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L a fe está muy poco valorada. Hay lugares en la modernidad de nuestra estirpe que se ríen y mofan de la fe por su endeble pragmatismo. El problema de la fe es su falta de mano de obra. Y hablo de mano de obra pues la consigna material, esa mano tendida que genera una obra concreta, se ha vuelto ausente en los discursos misales de todo el mundo, como si la acción fuese insustancial y la oración el único salvavidas. La realidad, en estos tiempos, necesita de esa doble ración. Acción y oración contundente para que el porvenir no carezca de esperanza.

Hablo de realidades como la de Asia Ramazan Antar. Una niña que tuvo que ser mujer muy rápido. Y que más rápido aún tuvo la necesidad de luchar por una convicción que no está asentada todavía del todo en ningún país del mundo. La idea de que cada ser humano tiene derecho a tomar las riendas de su vida sin pedir permiso a nadie. Viyan Antar (ese era su nombre de guerra) tenía fe en un mundo más igualitario, donde la mujer no fuese tratada como un subproducto del hombre. Pero su fe fue un acto de verdad. Fue ejecutado con la valentía que generan las personas que caminan a favor de los cambios importantes. Por eso tuvo la valentía de divorciarse de su matrimonio concertado, por eso tuvo el valor de alistarse a las Unidades Kurdas de Protección a la Mujer, llegando a ser jefa de equipo y artillera, generando acción para ese acto de fe que nunca perdió de vista: la liberación de la mujer del yugo sexista que la oprime. Murió a los 19 años después de librar más de cinco combates contra la brutalidad del Estado Islámico. Supo que la fe estaba imbricada en su acción hasta el final.

También me gustaría hablar de otra mujer con fe. Hablar de Yeonmi Park es hablar de una lucha en activo. Ella sufrió y vio sufrir a los suyos en la barbarie que supone el régimen de Kim Jong Un en Corea del Norte. Consiguió huir no sin antes ver la represión, violación y brutalidad ejercidos en sus familiares y en ella misma. Un camino de exilio que no quiso olvidar y que va contando para que, como acto de fe, una Corea del Norte diferente sea posible.

Como vemos, la realidad se puede conformar tanto de acción como de dicción. Al fin y al cabo son dos maneras solventes de una misma causa: el cambio. Todo aquel que lucha por un cambio para mejorar su barrio, su ciudad, su país o su pequeño y despótico mundo, está luchando –la lucha es el mejor de los actos de fe- por generar una esperanza ilusionante.

Quiero terminar con un ejemplo más. Éste lo vivimos mucho más cerca y en estas fechas lo recordamos con emoción e intensidad. Hablo del gran José Antonio Labordeta; nos dejó un 19 de septiembre y hoy es buen día para recordar toda su lucha de palabra, obra y muy poca omisión. Su poesía, sus cantos y su acción política fueron ejemplo de lucha. Su fe, al igual que esta columna, se podría resumir en estos versos suyos: «Habrá un día/ en que todos/ al levantar la vista,/ veremos una tierra/ que ponga libertad».

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