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Publicado por
rafael saravia
León

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No nos ha dado tiempo a superar la resaca de año nuevo y ya es noticia que posiblemente tres mujeres han sido asesinadas en nuestro país por casos de violencia de género —dos ya están confirmadas, pero realmente la cifra da más igual… una ya sería demasiado e inaceptable—.

Es en estos casos donde queda patente la ‘cavernicolería’ en la que seguimos viviendo, la bárbara y triste realidad de un sistema que no acaba de educar en un registro igualitario donde los derechos fundamentales de las personas siguen teniendo un grupo de fuerza llamado masculino. Donde se refuerza esa idea que muchos queremos enterrar de una vez por todas, esa que dice que en el siglo XXI el patriarcado todavía tiene un peso inmenso incluso en sociedades avanzadas en derechos como la nuestra.

No nos ha dado tiempo a empezar el año y ya la fuerza bruta, la sinrazón y la barbarie se ponen al servicio de lo masculino para minar el avance de una sociedad justa. 52 casos declarados el año pasado —y sólo hablamos de los asesinatos por violencia de género declarados, pues muchos otros habrán sido considerados asesinatos sin el atenuante de violencia de género aun siéndolo— nos colocan en un lugar deleznable. Hemos conseguido como humanidad avanzar tecnológicamente en 90 años lo que no hemos hecho en miles de años, pero poco hemos evolucionado como sociedad si seguimos, como en el medievo, asumiendo que un hombre tiene derecho a quitarle la vida a una mujer cada semana en este 2016. Así, sin más motivo que la mera garrulería y prepotencia del macho frustrado y arrogante.

Por eso, cuando veo lo abrupto de la realidad en temas tan serios como este, me preocupa un sinfín de movimientos peripatéticos en torno a la igualdad que poco tienen que ver con ella. Uno de los últimos casos es el ya recurrente vestido de despedida de año de Cristina Pedroche. Son decenas los artículos altisonantes sobre la falta de dignidad hacia las mujeres que supone la vestimenta de esta presentadora, y, sinceramente, me da la risa y me preocupa a partes iguales.

He leído de todo, desde que por qué no se pone un tanga el compañero que va con ella para ejercer la igualdad, hasta que es denigrante que pongan siempre en trasparencias a chicas jóvenes y no a mujeres mayores, válidas pero con arrugas, para dignificar que la arruga y la vejez no es algo malo.

Realmente se me atragantan ciertos discursos cuando quieren trasladar la igualdad más allá de los derechos y deberes fundamentales de las personas que conforman una sociedad. Creo que no acabamos de entender que ni somos iguales ni lo queremos ser. Tan sólo queremos, ambos sexos, tener los mismos derechos y deberes en nuestra sociedad, poder acceder a los mismos puestos en igualdad de condiciones, poder ejercer nuestra libertad individual a la hora de salir por la noche, caminar por un barrio, o hacer el ridículo sin sentir que estamos representando a un género al completo. La señora Pedroche ha comunicado que ha sido elección suya la vestimenta.

El problema de género está mucho más allá de las ‘pedrocherías’ banales. Seamos serios contra el patriarcado, no trivialicemos con estéticas y dicciones personalistas.

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