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La yihad contra Palmira

La ‘limpieza cultural’ retoma la destrucción de la joya del desierto siria Los daños en el Tetrápilo son significativos.

Foto de archivo tomada el 4 de enero de 2016 del famoso teatro romano de Palmira. YOUSSEF BADAWI

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León

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mikel ayestarán | jerusalén

El califato se desmorona en Irak, donde los seguidores de Abu Baker Al Bagdadi apenas conservan la orilla oeste de Mosul, pero revive en Siria, donde mantienen el control de Raqqa, resisten los ataques de Rusia y Turquía en Al Bab, al norte de la provincia de Alepo, avanzan en Deir Ezzor y retoman la campaña de «limpieza cultural» en Palmira, donde se mezcla la destrucción del patrimonio con los asesinatos públicos.

Diez meses después de su liberación, este oasis en mitad del desierto, célebre por las ruinas greco romanas incluidas en la lista de Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 1980, volvió a caer en diciembre en manos de unos yihadistas que han causado un «daño significativo» al histórico Tetrápilo, conjunto de cuatro grandes zócalos con cuatro columnas cada uno, la mayoría réplicas modernas, y al teatro romano, según denunció la Dirección General de Antigüedades de Siria en un comunicado.

El análisis de las imágenes vía satélite realizado por la asociación de Escuelas Americanas de Investigación Oriental (ASOR) y compartido a través de Facebook «confirma una nueva destrucción» que la directora general de la Unesco, Irina Bokova, definió como «crimen de guerra». En las imágenes se percibe que apenas queda en pie una parte del Tetrápilo y los graves daños causados en el teatro. Estos últimos atentados contra el patrimonio cultural sirio se suman a los daños causados en el conjunto histórico durante los meses que permaneció bajo la bandera negra del califato, entre mayo de 2015 y marzo de 2016.

Los yihadistas, con una visión del islam similar a la de los talibanes en Afganistán cuando destrozaron a cañonazos los Budas gigantes de Bamiyán, destruyeron las tumbas de Mohammad Ben Ali, un descendiente de la familia del primo del profeta Ali Ben Abi Taleb, y de Nizar Abu Bahaedin, un religioso local, volaron la figura del León de Al Lat, de tres metros y medio de alto, quince toneladas de peso y más de 2.000 años, y dinamitaron el templo de Bel, erigido en el 32 D.C en homenaje al dios de la lluvia, el trueno y la fertilidad. El museo lo saquearon y lo convirtieron en su prisión y el anfiteatro sirvió de escenario para la ejecución de decenas de vecinos a quienes los yihadistas acusaron de estar al servicio del presidente Bashar Al Assad.

Cuando las fuerzas sirias, con apoyo ruso e iraní, lograron expulsar a los seguidores del califa en marzo tuvieron que dedicar las primeras semanas a la limpieza y retirada de las minas que dejaron a lo largo de todas las ruinas. Diez meses después, en el momento en que la situación parecía estabilizada y todos los esfuerzos militares se centraban en Alepo, llegó la nueva ofensiva del EI y el Gobierno volvió a perder el control de este oasis.